Elon Musk y la nueva era de Twitter

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Tras algunas negociaciones, el pasado 25 de abril Elon Musk, el hombre más rico del mundo, CEO de Tesla y SpaceX, y tuitero hábil acostumbrado a verter opiniones difusas sobre astrofísica, negocios, espeleología, política internacional, criptofinanzas y transporte público, adquirió por la suma de 44 mil millones de dólares la red social Twitter, una de sus tribunas de opinión predilectas y una plataforma con más de 200 millones de usuarios activos diarios monetizables a lo largo del planeta. La transacción, de la que aún restan definir ciertos detalles, abrió una serie de interrogantes. ¿Es el arribo de Musk, un autodenominado “absolutista de la libertad de expresión”, el comienzo de una nueva era de radical defensa del free speech y la transparencia algorítmica de una red clave en la formación del discurso público global? ¿O es el triunfo total de la hiperconcentración, la manipulación política, el negocio basado en la polarización social y la distribución implacable de opiniones falsas y/o violentas? ¿O es, acaso, una mezcla de ambos escenarios, la mera retroalimentación del ya conocido golem tecnocapitalista? Martín Becerra, investigador y docente especializado en medios de comunicación e industrias culturales, conversa con Bunker sobre el arribo de este player ultra poderoso a la cocina del timeline planetario y los cambios que se avecinan: tweets editados, autenticación, monetización de la indignación, la promesa ¿inviable? de transparentar el algoritmo y los efectos de tener un nuevo dueño del círculo rojo global.

¿Qué análisis hacés de la compra de Twitter por parte de Elon Musk?

Básicamente lo que tenemos es un multimillonario que adquiere una de las plataformas digitales que más anima la conversación pública en Occidente. Es la red del círculo rojo, donde está la élite política, periodística, cultural, en parte económica, donde están los líderes de opinión. Eso en sí mismo es un dato interesante. En general este tipo de perfiles de gente con tanto protagonismo, digamos, en la economía de los países, suele invertir en comunicación, sea en medios de comunicación enteros (como Jeff Bezos cuando compró The Washington Post) o también en espacios dentro de los medios de comunicación. Tradicionalmente este tipo de capitalistas no se desentienden de lo que sería el comercio de su imagen, de la influencia en espacios donde hay opinión y noticias, porque es una estrategia también de control de daños. 

¿La estrategia de Musk va por ese mismo carril?

Alguien me podría decir: “Bueno, la diferencia es que, al comprar un medio de comunicación, un espacio, segmentos de los medios de comunicación, por ejemplo a través de pauta privada, hay una influencia más o menos directa que uno puede correlacionar a la línea editorial de ese medio en relación a los temas de los que trata los negocios de ese multimillonario. En cambio, Twitter no realiza una actividad editorial de manera tan directa”. Pero la verdad es que habría que discutir esa suposición, porque Twitter, y no solo Twitter, sino todas las plataformas, tienen una programación a través de su sistema de algoritmos que permite jerarquizar algunos temas, restarle visibilidad a otros, por ejemplo a través del etiquetado. Lo hemos visto ahora con la invasión rusa a Ucrania, con la famosa etiqueta “Medios afiliados a gobiernos, Rusia”, eso le resta exposición a los contenidos de esos medios. Por el contrario, le incrementa la visibilidad de perfiles y de temas, en otros casos. 

Hay una intervención editorial. 

Además de que, como sabemos, en Twitter y en otras plataformas esa intervención editorial, en algunos casos, que no es el común, pero existe, implica remoción lisa y llana de contenidos y también de usuarios. Donald Trump es un ejemplo concreto de lo que estoy hablando. Así que ahí hay una apuesta, uno podría decir que hay una suerte de continuidad histórica con una novedad tecnológica, que es que un multimillonario, el más grande del mundo, apuesta a la compra de una plataforma. Con una paradoja también, que es que su programa de consignas, en muchos casos grandilocuentes, efectistas, demagógicas, tiene como raíz común la defensa encendida de la libertad de expresión (él fue quien pronunció ese oxímoron de “soy un absolutista de la libertad de expresión”), pero con la paradoja de que para defender esa libertad de expresión se necesite el mayor grado de concentración posible de poder, es decir, que todo el poder lo tenga una sola persona, lo que es exactamente la antítesis de una idea democrática de la expresión, que es que todos podamos hablar. 

Martín Becerra

Hay algo interesante que ocurrió cuando Jeff Bezos adquirió el Washington Post y es la forma en que se legitimó, a partir de ese momento, la inversión en una red social, que de alguna manera son muchos medios adentro de un medio, una suerte de súper editor, algo muy diferente de la lógica de lo que podría ser un medio como ese.

Totalmente. Es una especie de meta-editor, un editor de editores. Porque los medios de comunicación son animadores de las conversaciones que ocurren en Twitter, al igual que muchas personas de a pie. Y quien tiene la llave de hashtags, de visibilidad o no, de jerarquización o no, a partir de ahora, es el propio Musk. Es interesante ver la relación de las Big Tech con el mundo de las comunicaciones de manera más directa. Porque estos emprendedores de Silicon Valley terminan acercándose al mundo de las comunicaciones siendo sensibles al debate de ideas, a la conversación pública, todo en aras, obviamente, de rubricar negocios. Elon Musk va a tener que pagar los préstamos de la deuda que contrajo para invertir 44 mil millones de dólares y, por supuesto, tiene expectativas de rentabilizar la inversión propia que ha hecho. Y ese modelo de negocios que, como todos y todas sabemos, está basado en la permanencia de usuarios en la plataforma, cediendo sus datos personales a cambio de una targetización, de una segmentación y de una identificación capilar de sus gustos, para rentabilizarla en términos de inversión publicitaria precisa de una programación algorítmica que tiende a la polarización. La indignación vende, es un buen negocio en la programación algorítmica. En ese sentido, una de las promesas, como digo grandilocuentes, demagógicas, que ha hecho Elon Musk, y que tiene que ver con proveer transparencia a la programación algorítmica de Twitter, es algo que por lo menos hasta ahora no fue solidario con el modelo de negocios de Twitter. Menciono Twitter porque estamos hablando de este caso, pero no es por excusar a las redes de Google o a las de Meta. 

“Los medios de comunicación son animadores de las conversaciones que ocurren en Twitter, al igual que muchas personas de a pie. Y quien tiene la llave de hashtags, de visibilidad o no, de jerarquización o no, a partir de ahora, es Elon Musk”.

Él postula cuatro puntos respecto de hacia dónde debería ir la plataforma: la edición de tweets, la autenticación de seres humanos (que sería golpear una de las características principales de Twitter que es la posibilidad de hablar desde el anonimato), la cuestión del free speech, de esto que él llama la libertad de expresión, y finalmente la cuestión de la transparencia del algoritmo. ¿Qué considerarías relevante atender a la hora de revisar este programa de cuatro puntos?

De los asuntos que planteaste la edición de tweet es el que configura el menor de los problemas. Ciertamente, la edición pasado un tiempo y cuando ya se producen interacciones, es más problemática. Pero si existe la posibilidad de editar un tweet en los X segundos posteriores a su escritura, me parece que no habría problema. Sí creo que el tema de la autenticación de cuentas o de usuarios y la cuestión de la libertad de expresión son muchísimo más problemáticas. La autenticación de cuentas tiene, creo, dos niveles. Un primer nivel que es el de detectar eso que las plataformas privadas llaman contenido inauténtico, identificar bots, cuentas automatizadas, lo que ayuda a cierta transparencia. Pero después está la cuestión de si se va a permitir el uso de seudónimos o no. Quienes no están muy familiarizados con la tradición de los principios de libertad de expresión suelen respaldar la idea de que es mejor que no haya seudónimos porque eso habilita a mensajes agresivos, que es cierto que tiene la plataforma, pero que también tienen los medios de comunicación. Violencia hay, yo diría, en el conjunto de nuestra comunidad, en los medios de comunicación tradicionales y también en las redes digitales. Pero no necesariamente lo que es agresivo transgrede alguna norma, ¿no? Quienes, en cambio, están más familiarizados con el pensamiento en torno de la libertad de expresión comprenden que no todas las personas tienen la posibilidad de dar su nombre y apellido, su número de documento, para participar del debate público, porque en algunos casos la sanción que reciben por su participación los priva, por ejemplo del trabajo, de su posición social, familiar, de su red de relaciones. En algunos casos, incluso pueden poner en riesgo su vida, que por suerte no es el contexto argentino, pero si el de muchos países del mundo, entre ellos varios de América Latina.

No parece un eje fácil de cumplir

Tampoco el de “expresión sin restricciones”. Vimos en los últimos días que el propio Elon Musk fue reculando con esa consigna. Ahora dice que, en realidad, él no quiere ninguna limitación que esté más allá de la ley, lo cual es un principio que creo que todos y todas vamos a compartir. La dificultad es en la aplicación material de ese principio general, porque distintos países tienen distintas leyes. Por ejemplo, en Alemania y en varios países europeos está prohibida la apología de la violencia nazi, está prohibida la discriminación racial en contenidos que uno puede publicar en una plataforma o en un medio de comunicación. En cambio, en muchos países del continente americano ese contenido no está prohibido. Entonces, ¿cuál es la ley que aplicaría Twitter? ¿En Europa, la ley europea? ¿En América, la ley americana? Muchas plataformas (Twitter incluida, por supuesto) utilizan la ley estadounidense, la Digital Copyright Millennium Act, que tiene un principio muy draconiano de notificación y baja de contenidos sospechados o denunciados como violatorios de derechos de autor. Sospecha o denuncia que no necesariamente es cierta. Pero las plataformas, para evitar toda responsabilidad sobre esos contenidos, una vez que son notificadas, lo dan de baja. Bueno, ahí hay un problemita importante con el principio de la libertad de expresión. Musk solo acepta las limitaciones de la ley. ¿Eso significa que va a restablecer la censura que cometió Twitter contra varios medios rusos? Porque los líderes de los países europeos, y también Estados Unidos, le han pedido que remueva contenido ruso sin haber una ley que autorice esa censura. Hay principios generales que suenan muy bonitos, pero que en los hechos son muy difíciles de aplicar de manera universal. Y creo que ahí Musk, a la corta o a la larga, o bien va a negociar con cierto statu quo autorregulatorio que tienen las grandes plataformas digitales, o bien va a ir más a fondo, con una perspectiva más transgresora, corriendo algunos de esos acuerdos o consensos ya muy consolidados entre las grandes plataformas, pero que al mismo tiempo pueden entrar en conflicto con principios legales que tienen hoy países, potencias capitalistas, en donde Twitter comercia sus servicios. Con lo cual también habría un conflicto con los propios ingresos de la compañía, que yo creo que es algo que Elon Musk difícilmente abra a negociación.

La cuestión de la autenticación es interesante, no solo por sus implicancias políticas. Sin el anonimato, empleados que firman contratos de confidencialidad no podrían denunciar prácticas ilegales, con lo cual terminaría siendo más antidemocrático aún ese requerimiento.

Sí. En todo país, aun en países muy democráticos, la asimetría de poder existente en una sociedad conduce a estos ejemplos que vos señalás, donde obviamente no es lo mismo un ciudadano de a pie que alguien que tiene poder, sea poder político, económico, cultural. En temas de género, por ejemplo, la cuestión de proteger la identidad de quien denuncia es central, porque obviamente esa persona en muchos casos puede sufrir nuevos ataques por parte del agresor. Creo también que detrás de esta idea de que todos tengan que funcionar con el nombre y apellido, con el número de documento, etc., subyace una idea muy equivocada acerca de la responsabilidad del trolleo. Se habla de los trolls anónimos pero yo he hecho trabajos que documentaron el funcionamiento del trolleo, por ejemplo en ocasión de la discusión del proyecto de ley de despenalización del aborto en Argentina, y los usuarios que funcionan como habilitadores de campañas orquestadas, sistematizadas, de violencia online contra algunas personas, suelen tener nombre y apellido. Donald Trump era un gran troll, probablemente el troll más grande que había, en tiempos donde él además aprovechaba su popularidad en la plataforma Twitter como mecanismo propagandístico. Jair Bolsonaro, el presidente brasileño, es un gran troll. En Argentina no cuesta mucho encontrar nombres de diputados nacionales que, con nombre y apellido, agreden a periodistas mujeres, las identifican como blanco de escarnio público, y en algunos casos reiteran de manera bastante sistemática las agresiones contra ellas. Claro, después de esa habilitación que realizan estas -entre comillas- “autoridades de la red”, que son autoridades también fuera de la red, pueden aparecer muchas cuentas, algunas de las cuales son además automatizadas (lo cual corrobora la idea de que esa participación del troll original formaba parte de una campaña organizada). Pero creer que tener una cuenta autenticada como requisito excluyente para colocar un contenido en Twitter va a moderar la agresividad propia de esta plataforma, no solamente es ingenuo, sino que además es falso.

“Los reclamos de mayor transparencia para las plataformas, que, repito, han sido y son muy opacas en su funcionamiento, conduce también a que brinden mayores precisiones sobre, por ejemplo, cuáles son sus criterios de relevancia”.

Según algunas estimaciones, alrededor del 40 % de los usuarios de Twitter son lo que se llama bots o trolls. Con lo cual, eliminarlos así, de un plumazo, generaría una pérdida importante para la plataforma. En este sentido, el eje de libertad de expresión completamente irrestricta, ¿no podría generar una merma de anunciantes, que hasta podrían irse hacia otras plataformas como Facebook, por ejemplo, que generan un ingreso mucho más alto en cuanto a anuncios y retribución de la inversión? Porque los anunciantes representan el 90 % de los ingresos de Twitter, y si querés hacer rentable tu inversión, chocar con eso sería un poco contraproducente.

Sí, coincido. Si hay un porcentaje alto de cuentas automatizadas, dudo que la estrategia comercial sea compatible con su eliminación lisa y llana. Una cosa es identificarlas como automatizadas o poner algún tipo de advertencia, o tal vez plantear alguna programación algorítmica que disminuya su exposición. Lo único que discutiría de lo que planteás vos es la migración a otras cuentas. Los anunciantes no son todos lo mismo ni buscan todos lo mismo. Probablemente lo que busque un anunciante en Instagram o en algunos perfiles de Instagram sea diferente de lo que ese mismo anunciante busca en Twitter.

Claro. Ahora, una de las cosas más interesantes para mí, y por más que Elon Musk no sea de la mayor de mis simpatías, es la cuestión de transparentar cómo funciona el algoritmo. Hace poco Twitter publicó en su blog un estudio que mostraba, a partir del examen de tweets de funcionarios electos en siete países, entre ellos Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania y Japón, que su algoritmo amplificaba más los tweets de políticos y medios de comunicación de derecha que contenidos y fuentes de izquierda. 

Sí.

Al mismo tiempo, en TechCrunch planteaban que, de alguna manera, los usuarios más prolíficos tendían a ser los identificados con los demócratas. Ahí parece haber todo un negocio, si lo que más se amplifica es lo de derecha pero los usuarios que más participan son de izquierda o de centroizquierda, es interesante. Incluso de alguna manera parecería estar inscripto en el ADN de la plataforma aquello que se suele criticar de ella. ¿Qué opinás de la posibilidad de que se pudiera transparentar cómo funciona el algoritmo?

Creo que hacia allá vamos. Los reclamos de mayor transparencia para las plataformas, que, repito, han sido y son muy opacas en su funcionamiento, ante sus usuarios y ante los poderes públicos, conduce también a que brinden mayores precisiones sobre, por ejemplo, cuáles son sus criterios de relevancia, y no solo las plataformas de redes sociales digitales, sino también plataformas como el motor de búsqueda de Google. Hace poco en Argentina tuvimos una audiencia pública convocada por la Corte Suprema de Justicia sobre el caso de Natalia Denegri contra Google. Los jueces de la Corte Suprema, que se declaraban a sí mismos, lógicamente, como gente con no mucho conocimiento acerca de las tecnologías digitales, les preguntaban a los abogados de Google (¡de Google!) cuáles eran los criterios de relevancia por los cuales Google jerarquiza en algunos casos en el motor de búsqueda determinados datos e informaciones en detrimento de otros. Y los abogados de Google trastabillaron mal, pueden buscar el video, es muy divertido. Creo que, si como dice Elon Musk, Twitter es hoy una plaza pública donde se realiza la conversación social, entonces los criterios y las reglas de juego de ese foro público no pueden ser sino, al menos, conocidos. No digo “definidos”, pero sí conocidos por la sociedad que utiliza ese foro público. Porque sino es muy tricky, hay un árbitro caprichoso que te cambia las reglas de juego en medio de una conversación, y uno como usuario de a pie no sabe bien por qué. Y esto es muy importante, porque tiene poder performativo sobre el tipo de discusiones que tenemos. Por eso la asocio con la polarización existente, que no digo que esté determinada por, pero sí alentada por esta programación algorítmica. 

Foto de portada: AP

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Last modified: 9 junio, 2022

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