“Somos un poco los culpables de haber arrancado este proceso”, se jacta Javier Fernández Castro mientras se acomoda en una silla de su departamento en Colegiales. El “proceso” es la política de urbanización de villas que el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta convirtió en una de las marcas de su gestión pero cuyos orígenes se remontan a 2002 cuando un equipo de la FADU, integrado entre otros por Fernández Castro, presentó el primer proyecto de urbanización de la ex villa 31. “Comenzó como un trabajo académico pero se transformó en una herramienta política de los vecinos”, asegura hoy este arquitecto, director de la carrera de Arquitectura de la Universidad de La Matanza y uno de los principales especialistas en hábitat popular de la Argentina. Luego de que la Legislatura aprobase en primera lectura el proyecto de urbanización de la 31, Fernández Castro analiza los problemas de la política sobre las villas y la conversación deviene una radiografía rigurosa sobre la visión PRO de la ciudad y la existencia de esa “otra” Buenos Aires oculta a fuerza de bicisendas y macetas.
Entre aquel proyecto de 2002 y este que lleva adelante el gobierno porteño hoy, ¿qué continuidades y qué diferencias ves?
Si hay una crítica que hacer es que no hay un proyecto integral. Si bien es un gran avance, son cosas esporádicas, sin una idea de conjunto, y que le abren la puerta a procesos de gentrificación. Alrededor de Retiro, con el Paseo del Bajo, se están generando emprendimientos de prestigio y eso no está coordinado. No se están haciendo la cantidad de viviendas que se tendrían que hacer y se está consumiendo la única tierra que hay.
Una de las críticas que se hace es que no interviene sobre el macizo y que hay construcción de vivienda pero falta infraestructura de cloacas.
Algo se empezó a hacer, pero insisto: no hay una planificación general que lo justifique. Hubo cosas que se hicieron y después hubo que romper porque las infraestructuras no habían sido pasadas debajo del espacio público hecho. Son como ocurrencias. Por supuesto la respuesta a eso es “bueno, pero estamos haciendo” y eso nadie lo niega. Pero si lo hacés, hacelo bien.
¿La gentrificación es un riesgo?
En todo proceso así siempre es un poco inevitable. Podés tomar resguardos, pero no hay ninguna experiencia absolutamente exitosa para frenarla. Se podría armar cooperativas, como en Uruguay, o que el Estado se quede con la propiedad y la de en usufructo por mucho tiempo a los vecinos, como en Brasil. Pero acá no hay tradición de eso. El riesgo es la transferencia, sobre todo en un contexto recesivo como el actual: estás hipotecado, entonces te liberás de ese problema. Todo esto puede terminar en una venta barata al mercado inmobiliario si no ponés algunos reparos.
En esta disparidad, ¿hay villas invisibilizadas?
Si, así como no hay un plan urbano integral para una villa específica, tampoco hay para la totalidad de las villas. Nuestra idea era que la 31 sea un caso testigo a replicar después. Incluso la metodología de no reconversión total, sino tratar de recuperar el macizo, que baja mucho los costos. Sobre las que se está operando, casualmente o no, hay un entorno propiciatorio de reconversión. Se trabaja en Retiro, Chacarita y vos decís ¿por qué no en la 21-24? Eso abona los argumentos de que en realidad esas intervenciones son para generar un proyecto de reconversión del entorno y no actuaciones directas sobre los barrios.
Juan Maquieyra, titular del IVC, ponía como ejemplo de integración la posibilidad de que, a partir de la urbanización, la vecina de Puerto Madero pueda ir a Rodrigo Bueno a comprar al mercado. Una suerte de “apertura” del barrio a la ciudad.
Ese es el discurso básico originario de Favela-Barrio, en Río de Janeiro. El proyecto genera un espacio público de calidad y ahí, automáticamente, se daría esa mixidad social. Voy a buscar al verdulero, al plomero. Lo que pasa es que eso tiene que ir unido con la calificación de esas actividades productivas. Y eso no está en el programa. Está el embellecimiento del espacio público pero no la generación de empleo, que sí está en los programas brasileros.
¿No puede pensarse, siguiendo a algunos discursos, que la gentrificación muchas veces se sobrevalora como riesgo?
Si, hay discursos, incluso, que la justifican. Si el tipo termina vendiendo y con lo que vende se compra algo en otro lado… La discusión es qué lugares son de unos y qué lugares de otros. El centro, que es el tema de la 31, no es para los pobres. Tenemos totalmente naturalizado que Barracas lo sea. Si querés una ciudad incluida la mixidad social no se da por áreas, la tenés que dar en cada área.
Las villas suelen verse como una emergencia, algo que irrumpió dentro o en los márgenes de la ciudad. ¿Qué lugar tiene la villa en la trama urbana?
Para nosotros, y así lo enseñamos en la facultad, la villa es una modalidad más de urbanización en la ciudad latinoamericana, porque es el modo que tienen los sectores populares de acceder a la ciudad. No es una anomalía que va a pasar. Esa vision neodesarrollista de “es algo momentaneo, cuando el futuro venturoso llegue va a desaparecer”. La verdad es que el futuro venturoso no llegó y de hecho tarda mucho en llegar. La 31 tiene 80 años, ¿qué estamos esperando? El hecho de que todavía en Buenos Aires sea una proporción de hábitat infinitamente menor que en otras ciudades latinoamericanas ayuda a esta visión, a que gran parte de la sociedad no lo sienta, porque es algo que está allá.
Pero sigue cumpliendo el patrón de la ciudad latinoamericana donde primero se ejecuta y después ves si lo podés planificar.
Exacto. Por otro lado, esta gente vive ahí porque trabaja en los servicios de esta ciudad, no porque tiene ganas. Si generás una atracción de empleo y eso no se acompaña con un plan de vivienda se generan estas cuestiones. Hay una relación de amor-odio con esta población: te necesito para los servicios pero no te quiero cerca.
Lo que genera a su vez esta idea de dos ciudades en una, por un lado la ciudad formal y por otro la informal.
¿Qué es lo “no formal”? Que no tiene forma, que no la puedo reconocer. Siempre es algo que está por afuera o que es una enfermedad pasajera. Pero hay que asumirlo como un dato de la realidad y ver qué se puede hacer con eso.
“En la Década Infame los conservadores hicieron toda la linea de subte. Y ahora hacer dos estaciones, en el siglo XXI, disponiendo de toda la tecnología, parece una odisea”
¿Por qué decís que no van necesariamente de la mano el crecimiento de las villas con el de la pobreza?
La villa crece en situaciones de recesión, porque empieza a ser el refugio del pariente que quedó sin laburo, y en momentos de expansión económica, porque empieza a haber una pequeña capacidad de ahorro del villero que la invierte en su espacio. Y ahí se desencadena el fenómeno del mercado inmobiliario informal.
Que las villas crezcan para arriba.
Claro. Para los sectores medios es natural que si tengo una guita me compro un departamentito, lo alquilo y vivo de rentas. Trasladá eso a otro contexto de escasez de recursos. El villero que le sobró unos mangos hizo una pieza más y la alquila y eso es un ingreso fijo por mes. Es cierto que hay momentos donde después termina con 50 piezas y se transforma en una mafia. Pero es la misma situación.
¿Cómo se podría resolver el problema del acceso a suelo barato para sectores medios y bajos?
Es un tema, sobre todo en nuestra legislación que tiene a la propiedad privada casi como un faro. Incluso en políticas más progresistas se generan contradicciones porque el Estado no tiene regulación sobre el uso del suelo. Es lo que le pasó al PROCREAR en la etapa anterior. Hacia el final, al no estar regulado el valor de los suelos, el mercado los subió porque había una demanda extra y el crédito ya no alcanzaba. Tenés una cantidad de variables de la construcción casi monopólicas. El cemento lo producen tres personas, el hierro una. Tenés que llegar a un acuerdo para generar una política seria.
¿Cómo ves la política del PRO para el sur porteño?
Pasa lo mismo que decía con la villa, en otra escala. Son acciones puntuales. Quiero aclarar que no hablo desde la planificación ortodoxa, “hasta que no haya un plan macro no se puede hacer nada”. El problema es que no hay una visión general de ciudad ni de región sur. Hacemos los juegos olímpicos, los acomodamos ahí. Si no tenés en paralelo una política productiva que haga sustentable ese proyecto seguimos generando escenarios que en el mejor de los casos permanecerán y si la recesión sigue serán ruinas de algo que pasó.
¿El nuevo código de planeamiento urbano no ofrece una visión de ciudad?
Sí, creo que profundamente equivocada, pero sí. Hay una visión homogeneizadora, de “vamos a emprolijar la ciudad y regular las alturas diversas”, cuando esa es la identidad de la Ciudad de Buenos Aires. Viene un urbanista de afuera y lo ve como un valor. De repente las torres son malas. Creo que el código está lleno de contradicciones pero el error esencial es partir de esa imagen europea, de que todo tiene que ser Diagonal Norte.
Es parte también de una agenda urbana global.
La homogeneización no es patrimonio exclusivo del PRO, eh. Es un tema disciplinar. Hay mucha gente en la disciplina que piensa que la ciudad debería ser así, no es un tema de derecha o izquierda.
¿Quiénes, por ejemplo?
El posgrado de planificación urbana de la UBA piensa igual. Están los dos educados en la teoría del urbanismo de París, más allá de que uno es de derecha y otro progresista. Es el problema de no estudiar la realidad con la que se trabaja. Los fenómenos de enajenamiento cultural, que escribía Jauretche. “La ciudad latinoamericana es una ciudad desorganizada, caótica…” No, es otra cosa. Con lo cual hay que trabajar con otras herramientas y otra normativa. El modelo Barcelona no sirve para Buenos Aires. Son otras realidades. El quilombo que tiene esta ciudad –venimos de hablar de las villas– no lo solucionás con un acordonamiento.
¿Subyace ahí cierta idea de “ciudad bárbara”?
Si, latinoamericana. Somos maravillosos, re inteligentes, lástima que nos tocó este país de mierda. Si lo trasladás, es lo mismo con la ciudad.
Ciertos espacios progresistas recibieron con halagos esta normativa que limita las torres.
La torre de por sí no es una maldad. Lo es en el medio de una manzana, al lado de una casita chorizo. Acá en Colegiales no. La culpa no la tiene la torre. Hay adecuaciones. Con el discurso de que todo tiene que tener ocho pisos, consumimos más suelo y hay menos capacidad para tener espacio público en las pocas áreas que todavía están sin urbanizar. Es políticamente correcto decir que la torre –y el shopping ni te cuento– son desgracias. Depende dónde.
“Es políticamente correcto decir que la torre –y el shopping ni te cuento– son desgracias. Depende dónde”
El PRO instaló, con bastante éxito, la idea de la ciudad amigable, el método de Jan Gehl. ¿Qué problemas le ves a esa agenda?
Parece que si criticás el modelo estás a favor de una ciudad no amigable. Pero una metrópolis de 10 millones de habitantes no tiene un pomo que ver con Copenhague. El discurso de Gehl sobre la villa no tiene desperdicio. “Cuánto venimos a aprender acá, qué parecido a la ciudad medieval”. No tiene nada que ver con la ciudad medieval. No es Santiago de Compostela la villa 31. Cualquier arquitecto o urbanista que le tocara actuar en un lugar extraño, lo primero que hace es tratar de entender sus leyes para después ver qué hace. No viene con un libro de recetas y lo aplica. Es la cuestión de la cholulez. “Hay un danés que escribió sobre lo lindo que es andar en bicicleta. Bueno: andemos en bicicleta”. No quiero decir que todo no sea aplicable. Hay un montón de cosas que funcionan bien. Pero son fenómenos de otra escala.
Ahora, más allá de Gehl, el PRO impuso una política de embellecimiento urbano que desde la oposición fue recibida mayormente con una postura reactiva, subestimadora, incluso patética. Pienso en la lucha contra la reforma de Parque Centenario o abrazar árboles por el Metrobus. ¿Se puede construir una crítica que no implique abrazarse a los viejos vagones del subte A?
Eso desde ya. Hay cierto pensamiento políticamente correcto que es igual o peor que la derecha y es funcional a ella. Aparte es una crítica progresista antiprogreso, esta cuestión de que no se toque nada. No es ni nada ni todo. Hay que ver qué circunstancia, qué caso. La crítica al Metrobus no es que quitan árboles, es la destrucción de un espacio público como la 9 de Julio, habiendo subte abajo. El Metrobus está muy bien en Juan B Justo. ¿Pero en todas las calles hay que hacer uno? La Ciudad de Buenos Aires tiene que resolver sus problemas de transporte público y de las villas, tiene que tener una oferta de vivienda para la clase media. No pintar la diagonal de cuadraditos amarillos. Si sobra tiempo que lo hagan, pero hay otras cosas más fundantes, de infraestructura. En la Década Infame los conservadores hicieron toda la linea de subte. Y ahora hacer dos estaciones, en el siglo XXI, con toda la tecnología, parece imposible. Hay una baja de las pretensiones. Esta ciudad tuvo el primer subte de América. ¿Por qué ahora nos tenemos que contentar con que corten el pastito?
Entonces una crítica efectiva podría ser la asignación de prioridades.
Totalmente. Por supuesto pasa lo mismo que en la villa: mejor que se haga esto y no como antes que no se hacía nada. Pero tratemos de ver con un poco más de perspectiva.
A favor del PRO podemos decir que opera sobre vacíos históricos.
Sí. Como las administraciones progresistas anteriores vivían en crisis, no tiene espejo con el cual compararse. Entonces, comparémonos más atrás. Vamos a la intendencia de Alvear. O a la de Sabaté, en el primer peronismo. ¿Dónde está el Centro Cultural San Martín del siglo XXI? Esas eran obras para la ciudad.