El jueves 12 de abril los presidentes de las bancadas que integran el interbloque Cambiemos, Nicolás Massot (PRO), Elisa Carrió (Coalición Cívica) y Mario Negri (UCR), presentaron un proyecto de ley de “Régimen de integración socio urbana y regularización dominial”. Su objetivo: disponer la utilidad pública y la expropiación de las tierras donde hoy se asientan más de 4200 barrios, villas y asentamientos, cuya situación precaria –levantados en su mayoría sobre terrenos usurpados o en litigio judicial– impide llevar adelante proyectos de urbanización, saneamiento o entrega de títulos de propiedad.
El proyecto, originalmente elaborado en colaboración con movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales, fue apurado por una bancada oficialista que lo presentó como propio y expuso el otro lado de la estrategia política cambiemita: la batalla por la representación de los pobres, ese sector que la oposición denuncia como principal víctima del modelo, pero que el oficialismo reclama como base social propia, como fábrica de votos y como bandera simbólica para disputarle y expropiarle a un peronismo que se soñó movimiento popular y hoy navega en el desierto político de sus viejas deudas de gestión.
Daniel Menéndez es el coordinador nacional de Barrios de Pie, uno de los movimientos sociales que impulsó este proyecto de ley. Y es también uno de los referentes, junto a dirigentes como Juan Grabois, de ese conglomerado político y social que emergió entre las cenizas del kirchnerismo y el shock gradualista del macrismo como representante de una economía popular que busca su lugar en el mundo del realismo capitalista. Ilusionado con el proyecto, Menéndez señala sin embargo sus limitaciones, habla de por qué el kirchnerismo nunca dio estas discusiones, asegura que hoy en los barrios “se ve obra pública afuera de la casa pero malestar adentro” por la falta de dinero, y describe la sospecha popular ante un macrismo que busca arrebatarle el premio a un peronismo que “hizo un montón de cosas mal que está pagando y va a seguir pagando”.
¿Qué implica en términos concretos esta expropiación y regularización de tierras?
El proyecto surgió hace un año, tras la creación del Registro Nacional de Barrios Populares, un censo que relevó los más de 4200 barrios, villas y asentamientos de todo el país, y sus tres millones y medio de habitantes, y del que participaron vecinos, organizaciones sociales, Cáritas y Techo. Eso derivó en un diagnóstico para avanzar en un problema central, que es la titularización de las tierras. En general, se trata de terrenos que no son propiedad de los vecinos, que tienen distintos orígenes y dinámicas de consolidación. Algunos más recientes, como el Tongui en Lomas, o algunos históricos como San Petersburgo y Puerta de Hierro en La Matanza, La Cava, las villas del sur de la Ciudad o el barrio Itatí en Quilmes. Para nosotros es un punto de partida para que los vecinos peleen por otras cosas. No es un fin en sí mismo, sino un piso para pedir por servicios, por asfalto.
¿Es decir que la expropiación vuelve ”legales” estos terrenos y permite que el Estado pueda avanzar en obras, pero no implica en lo inmediato la titularidad?
Efectivamente. El proyecto en sí surge de ese censo y de la posterior entrega de certificados de vivienda social. Ahora el debate está en que el gobierno decidió mostrarlo como iniciativa propia antes que como un proceso de debate y articulación con los movimientos sociales.
¿Te referís al proyecto firmado por Carrió, Massot y Negri?
Ese es un proyecto que derivó del trabajo con las organizaciones sociales, pero ellos optaron por mostrarlo de forma contraria a lo que se hizo al inicio, cuando se presentó el relevamiento en la Casa Rosada con Quintana y Stanley. De todos modos, el planteo es que el primer paso es la tenencia de la tierra, para ir después por la integración a partir de los servicios. Y lo que estamos haciendo, a través de los movimientos sociales, es consolidar mesas en todos los barrios para discutir una estrategia por lugar. Todos tienen la misma base, empezar a discutir servicios con las municipalidades y exigir obra pública en el barrio. A partir de la ley hay un piso de legalidad, que puede quedar en letra muerta o incluso no cumplirse, pero que habilita un proceso social que tiene carnadura. Venimos de la experiencia de la Emergencia Social, una ley que planteó una cantidad de presupuesto que se ejecutó, pero después no se dieron las condiciones de institucionalización del diálogo entre los movimientos sociales y el gobierno.
Sólo fue “bajar guita”.
Claro, que no es menor. Porque en definitiva vos estás disputando un presupuesto, como cualquier sector, para que llegue a la gente que representás. Y eso es así año a año.
El proyecto, al menos en sus objetivos, apunta a un proceso de muy larga data que tiene que ver con la territorialización de la pobreza, la creación de enclaves de pobreza aislados de la “ciudad integrada”. ¿Cómo actuaría esta ley frente a eso?
Para resolver la situación de pobreza se requiere un proyecto de crecimiento que tenga desarrollo y permita avanzar sobre problemas estructurales. En nuestro país, en los últimos diez años, no hubo eso a pesar del crecimiento, que luego encontró un techo y un límite para perforar el 25% de pobreza. Esas posibilidades que existían no se discutieron. Hoy, lo que estamos pensando, ante un gobierno como el actual, son estrategias que permitan esquemas de disputa de rentabilidad en una sociedad que derrama sobre la base. Frente a ello, como decía Juan Grabois, lo que tenemos para ofrecer es la paz social y negociamos desde ahí… Ahora, no deja de ser contradictorio, o para pensar, que en un gobierno con mayores premisas desde lo nacional y popular no se pudo lograr este esquema de expropiación. Ni siquiera se planteó como un problema.
¿Y por qué creés que pasó eso?
Hubo dos etapas en aquel gobierno. Una primera, en relación a cómo disminuir la pobreza. Priorizar el mercado interno, apelar al rebote a partir del tipo de cambio que generaron Lavagna y Duhalde. Eso generó puestos de trabajo a partir de la capacidad ociosa. No es que hubo agentes que generaron grandes inversiones, sino que sobre la base de la modificación del tipo de cambio se volvió competitivo producir lo que antes se exportaba. Todo eso devino en una rápida baja de la pobreza, del 50 al 20%, y un fuerte crecimiento del consumo. Eso derivó en una mejora objetiva. La gente tenía más plata, los que estaban amontonados en la casa de los padres podían ir a un lotecito, se empezaba a construir.
¿Y luego?
En 2008, 2009, cuando eso empieza a dar síntomas de crisis –algo que se expresa esencialmente en la inflación y en la falta de inversión–, me parece que se quedaron sin ideas respecto a qué hacer con la pobreza. Ahí hubo, sobre la base de la imposibilidad para integrar, una tendencia a profundizar los planes sociales. Cuando Kirchner pierde con De Narváez vienen la Asignación Universal por Hijo, el programa Argentina Trabaja, una expansión de ingreso en los barrios donde no lo generaba el trabajo. Se conformaron con un esquema esencialmente clientelar cuando se encontraron con un límite para bajar la pobreza. Además de que hay problemas que no los pensaron, como este de la tierra, por ejemplo, o el hecho de que la generación de empleo no incorpora a todos. Ahí vos tenés que empezar a pensar qué pasa en el barrio, en una economía de subsistencia, cómo darle mayor productividad, para no creer que ese que tiene un microemprendimiento o que hace algo para zafar, va a volver a la fábrica.
“Algunos de los que perdieron el trabajo en los ‘90, por más que hubo un proceso de recomposición económica en 2003, 2004, no es que volvieron a la fábrica. Quizás mejoraron su vida a partir del remis. Esos problemas el kirchnerismo no los discutió”
Que va a haber una restitución automática del orden económico previo.
Algunos de los que perdieron el trabajo en los ‘90, por más que hubo un proceso de recomposición económica en 2003, 2004, no es que volvieron a la fábrica. Quizás mejoraron su vida a partir del remis. Esos problemas el kirchnerismo no los discutió.
¿El macrismo sí los vio o es más permeable a que se lo pongan sobre la mesa?
Es un conjunto de cosas. El elemento que empieza a ser prioritario en las políticas sociales del macrismo es, por un lado, no generar organización comunitaria, y, por el otro, desmantelar esquemas que terminan tributando en la política electoral a otros espacios. En lo simbólico el macrismo va a disputar con la idea de que el kirchnerismo generó –y en parte es así– este nivel de pobreza, y que ellos en los barrios van a trabajar en una integración como la que hicieron en los barrios de la Capital. Me parece que tienen mucho margen para mostrarse distintos, pero sin generar cambios estructurales.
¿A qué te referís? ¿A lo que hace el IVC en la Ciudad o el programa del gobierno de Vidal para urbanizar villas bonaerenses?
Está claro que la idea de “pobreza cero” es marketinera y absolutamente mentirosa, pero me parece que van a tener determinadas acciones con las que se van a mostrar atendiendo esas dinámicas, aunque en parte van a quedar en lo cosmético. Porque van a disputar con esa idea del peronismo que gobernó durante treinta años la provincia de Buenos Aires, y se van a mostrar a partir de determinadas obras públicas. Con las villas y asentamientos de la Ciudad es distinto, porque hay muchos recursos y villas muy puntuales. Sí se puede avanzar en un proceso de urbanizar, abrir calles, y poner instancias del Estado. En la provincia de Buenos Aires eso va a ser mucho más simbólico que real, hablando con total franqueza.
¿No creés que haya una transformación estructural?
En la provincia de Buenos Aires hay más de mil barrios, villas y asentamientos. El proyecto de Vidal plantea avanzar con cinco de esas mil: Villa Itatí, La Cava, La Cárcova, San Petersburgo y Puerta de Hierro. Lugares simbólicos, estereotipos de esos espacios. Con avanzar en eso van a generar un impacto desde lo simbólico. El otro elemento es que se genera obra pública de la casa para afuera y malestar de la casa para adentro. La familia quizás ve obra pública, pero siente –por la inflación o el recorte de ingresos– el malestar en la casa, porque no tiene plata para subsistir en lo inmediato.
A la vez que lleva adelante un programa de urbanización, la Ciudad avanza con iniciativas que amenazan a fuentes de ingreso, como la de incinerar residuos, que afecta a los recicladores urbanos. ¿Lo ves como parte de la misma estrategia o como una contradicción?
No hay una política de desarrollo que apunte a reducir la pobreza, entonces vas a encontrar un montón de contradicciones. Es más, los aspectos positivos, como este proyecto de ley, después van a encontrar muchas dificultades cuando se tengan que derivar las consecuencias de la titularidad. No están montados en un plan de mejora de las condiciones de vida. Tienen que ver con un relato. Eso implica, en el mediano plazo, un límite. Porque otra vez vas a chocar con que la realidad es distinta a lo que dijiste que ibas a realizar.
¿La tensión tiene que ver con cuánto se puede integrar en un modelo económico como el actual?
Sin duda. Hay que partir de que hay una enorme desigualdad que se profundiza. En ese sentido, tiene que haber una acción demasiado activa del Estado para compensar o atenuar las condiciones de vida de los más humildes. Obviamente no se ve que ese sea el camino hacia donde se orienta el gobierno, lo que no implica que tome determinadas medidas para “hacer como sí” o para generar determinados avances. No es que la ley no es un avance. Pero el tamaño del desafío que supone la integración urbana real implica un esfuerzo que, aunque con la voluntad política de avanzar a fondo, tiene enormes dificultades. Por ejemplo, el asentamiento del narcotráfico y lo que implica. Tenés que cambiar el juego respecto a cómo se mueve en el barrio, el hecho de que llegue el Estado va a generar resistencias. El kirchnerismo no lo hizo hasta por cierta pereza, y por como lo presenta este gobierno sin duda que no va a tener resultados significativos.
“Se genera obra pública de la casa para afuera y malestar de la casa para adentro. La familia quizás ve obra pública, pero siente –por la inflación o el recorte de ingresos– el malestar en la casa, porque no tiene plata para subsistir en lo inmediato”
Hablaste de los límites del kirchnerismo y de su incapacidad para ver que el trabajo no incluye a todos. En el macrismo parece haber una cierta aceptación de estas condiciones, algo así como “ese mundo salarial no va a volver, entonces trabajamos sobre esto”. ¿Qué respuestas genera ese realismo capitalista en los pobres?
Cuando la idea restitutiva del kirchnerismo mostró límites hubo un ocultamiento de la realidad. Se tocó el INDEC al no poder controlar la inflación por falta de inversiones, y se empezó a contener con programas de empleo, algo que antes no era su idea. De hecho, siempre creímos que la Asignación Universal por Hijo era una buena política. En 2004, 2005, la discutimos al interior del gobierno kirchnerista, cuando formamos parte de él. Recién se incorporó en 2009, cuando se vieron los límites del modelo económico que no incorpora todo. El macrismo ve el mismo límite y no se plantea un desarrollo que incorpore mano de obra, por eso mantiene los programas de empleo. Puede ser receptivo a mejoras de ciertas condiciones en el barrio, y van a mostrar casos testigos, de vuelta, con una idea más simbólica que real, para venderlo como una política extendida.
Anunciaron la creación de la Unidad de los Trabajadores de la Economía Popular. ¿Qué implica la confluencia de este “triunvirato piquetero”?
Vemos en la unidad un elemento clave de la etapa. La UTEP es una idea de construcción entre quienes intervenimos desde distintos lugares en un mundo que tiene las mismas lógicas. Barrios de Pie interviene desde una mirada más de barrio. El MTE trabaja priorizando la organización desde el trabajo, elemento que organiza a través de las cooperativas. Trabajamos sobre el mismo universo, sobre los mismos problemas y sobre las mismas aspiraciones. Vamos a propiciar un proceso donde todo ese mundo pueda estar articulado en un mismo espacio manteniendo las orgánicas de cada uno de los movimientos sociales. En términos generales, es ampliar la experiencia de la CTEP a otros movimientos. Esto puede dar una señal muy clara al gobierno respecto de cómo generar la interlocución. Tenemos capacidad de movilización, se trata de espacios que tienen veinte años de consolidación en un sector clave para poder pensar un proyecto de país popular. El espacio tiene mucha potencia.
¿Es también una unidad política, pensando en el año electoral?
Puede ser. Esto es una herramienta importante para interpelar a la política respecto de los problemas que tiene una parte central de la sociedad. Tenemos claro que no es esta unidad la que luego podrá interpelar al conjunto de la sociedad. La política tiene otros códigos de representación y requiere incorporar a otros actores. Ahora, aunque tengamos estrategias diferentes en determinada coyuntura electoral, la unidad ya vale en la pelea social. Es un salto cualitativo y estratégico, y aspiramos a que se sostenga. Si hay una construcción de una alternativa nos va a encontrar allí, pero si el campo popular en lo político está fragmentado, puede pasar como en la CGT que haya distintos sectores.
Antes mencionaste lo dicho por Juan Grabois en Crisis de que la única mercancía que tienen para ofrecer los movimientos sociales es la paz social. Ese modo de interlocución fue criticado por otros sectores políticos por considerarlo concurrente con la administración de la pobreza. ¿Cómo sería eso? ¿Contener las medidas del gobierno que impactan negativamente?
Siempre hay una tensión, una lógica muy fina en quienes tenemos la responsabilidad de discutir problemas concretos y que a veces tomamos decisiones concretas que tienen que ver con obtener reivindicaciones inmediatas. Aspiramos a tener una discusión con el gobierno sobre la base de obtener o puestos de empleo o mejoras inmediatas para la situación del barrio. Desde los principios de las discusiones teóricas del marxismo está presente esa tensión. Desde lo sindical o desde lo social tenés un conflicto en determinado contexto, por reivindicaciones inmediatas, y necesitás resultados inmediatos y concretos, lo que implica no extender el conflicto por el conflicto en sí mismo. La tensión es que puedas sacar lo mayor posible para llevar adelante lo que representás. Eso deriva en mayor organización. Y esa mayor organización tiene que derivar en cuestionar la política en general, para construir una opción de gobierno. Luego te podés transformar en un esquema de contención, pero eso ya sería parte de un proyecto político oficialista. O aun siendo parte de un proyecto político oficialista, podés empujar para que ese proceso avance más. La definición de contención o no tiene que ver con cómo la organización asume su rol. Y luego es un aspecto más fino, de cada coyuntura, de hasta dónde uno puede moverse. Pero está claro que, por lo menos en la organización donde yo estoy, el objetivo es profundizar cada vez más la organización popular para que sea soporte de cambios profundos.
¿Cómo miran desde los barrios al Estado macrista?
La recepción en el barrio es siempre con desconfianza, con la guardia en alto porque es muy vívida esa situación de permanente llegada de promesas. Ya están curtidos en esa gimnasia, que viene desde el puntero que te afilia al partido, el municipio que te releva para que haya asfalto, el gobierno provincial que baja con una tarjeta alimentaria, y el gobierno nacional que ahora te viene con esto. En general hay una situación de apatía y, desde los movimientos populares, de expectativa y de actitud garante para que se pueda implementar lo que plantea la ley.
Pablo Semán habló de un proceso de “heterogeneización por abajo” que explica, entre otras cuestiones, el voto de los pobres a Macri. ¿Cómo reaccionan en Barrios de Pie ante esto?
Quizás la heterogeneidad principal es entre el que tiene posibilidades de empleo y el que tiene una asistencia mayor del Estado. Ahí el choque es bastante feo, se cuela la idea de la meritocracia y comienza a quebrarse una idea de comunidad. Vemos que algo de eso hay hace un tiempo. Los movimientos sociales trabajamos para que esa heterogeneidad, funcional en muchos casos a las salidas individuales, no implique una imposibilidad de vida en comunidad. Esa heterogeneidad también se expresa en la penetración del macrismo en lo que antes era un voto peronista. El peronismo hizo un montón de cosas mal que está pagando y va a seguir pagando. La chocó. Malas gestiones y promesas incumplidas, no de “te traigo una chapa y un bolsón”, sino promesas de proyectos de vida, de felicidad, de ascenso social.
¿Qué pasa con los pibes de los barrios hoy día?
Es muy complicado ser pibe en un barrio humilde. Está el narco y, sobre todo, la falta de perspectiva de un proyecto de vida. Hay que tener muy buena madera y mucha suerte para cruzarse con gente que te acompañe mucho, sino hay mucha dificultad. La droga es algo que viene desde hace tiempo pero hoy es más complicado. Porque una cosa era en los ‘90, cuando era incipiente, y otra cuando ya tenés quince, veinte años de una situación de deterioro.
Son camadas de pibes.
Sí. También hay un deterioro de la escuela. Antes la esquina era un bardo. Vos ibas a la escuela y era un lugar que te ordenaba. Había autoridad y una idea de que estudio y mejoro. Te podías rescatar. Hoy ese lugar está muy poroso.