El último día de septiembre, el Comité Provincia de Buenos Aires de la Unión Cívica Radical postergó sus elecciones internas, convocadas originalmente para el 11 de octubre. Un plenario virtual estableció que la renovación de autoridades será el 21 de marzo del año que viene, siempre y cuando “la situación sanitaria de la provincia de Buenos Aires permita realizar el acto eleccionario”.
De un lado, la mayoría de los afiliados ‒o al menos de ese modo se presentó el asunto- apoya la cesión de poder partidario de Daniel Salvador a Maximiliano Abad, diputado provincial forjado en la Franja Morada marplatense. Del otro lado del ringside, una particular coalición intra radical: liderada por el histórico operador Enrique “Coti” Nosiglia, un sector que se concibe a sí mismo como renovador lleva como candidato a Gustavo Posse, intendente de San Isidro con excesivas idas y venidas ‒estuvo en la Concertación Plural kirchnerista, en el Acuerdo Cívico de Carrió, con Macri, aliado al Frente Renovador, nuevamente con Macri y hoy es una versión independiente de Juntos por el Cambio. Su mascarón de proa nacional es el senador porteño Martín Lousteau y ostenta, además, el endorsement de históricos como Federico Storani o Juan Manuel Casella.
La interna sacudió a un partido que parecía apoltronado. Cuatro años de oficialismo desataron debates latentes: vista desde afuera, la contienda parece haberle inyectado a los radicales más adrenalina y entusiasmo que la reelección de Mauricio Macri. Por esa razón, Bunker volvió a hablar con Jorge Álvarez, militante sanisidrense que enfatiza en lo que se hace antes que en lo que se dice, aboga por una institucionalización de Juntos por el Cambio y ratifica lo dicho hace dos años: “reconocerse en el espejo es un acto de valentía”.
El radicalismo bonaerense pospuso su interna. El sector de Posse, Lousteau y Nosiglia acusa al actual oficialismo de haber ido a la zaga de la estrategia de María Eugenia Vidal. Daniel Salvador y Maximiliano Abad, por su parte, hablan de una intervención del radicalismo porteño. Entiendo que se disputan los cargos partidarios, ¿pero cuál es la cuestión de fondo?
No te guíes tanto por lo que se dice, mirá con detalle lo que hace cada uno. Hay un radicalismo que mantiene la unidad estratégica de Juntos por el Cambio y existe un sector de la UCR que rompe el bloque de diputados provinciales, debilita a la oposición y favorece al gobernador Kicillof. Por otro lado, la conducción nacional del partido mantiene la unidad estratégica con los socios de la coalición. Exige que los reciba el presidente, éste último no los atiende y se reúne a solas con un senador que mencionaste. Por eso lo que discutimos es si fortalecemos la unidad opositora o somos funcionales al peronismo, que nos necesita divididos.
Sostenés que el radicalismo no cambió su organización interna. Se mantiene como un partido diseñado para el colegio electoral, cuerpo que dejó de existir luego de la reforma constitucional de 1994. ¿Puede pensarse que el desafío (en términos de challengeo) que les plantea el radicalismo porteño es positivo en tanto los obliga a una actualización?
No hablo de lo que no sé, así que sobre la UCR de Capital nada tengo para decir. Sí puedo señalar que la disolución del colegio electoral y su reemplazo por la elección de presidente en un distrito único erosionó el sistema de partidos. Hizo que las ciudades grandes pasaran a ser el verdadero poder, en lugar de los partidos. Dos tercios de los electores se concentran en sesenta o setenta ciudades del país. Desde entonces, la UCR comenzó a perder poder, ya que cambió la forma de hacer política y pocos se dieron cuenta.
Néstor Kirchner lo entendió.
Por eso cooptó intendentes para armar una transversalidad territorial. El otro emergente de ese escenario fue el PRO, que desde la gestión de territorios se conformó como opción nacional y actualmente gobierna las cabeceras de las secciones electorales del interior bonaerense. La reforma del 94 dotó de un sobrepoder a los intendentes del Gran Buenos Aires. Si Sarmiento escribiese hoy el Facundo los pondría como el mal argentino. Los equipararia a los caudillos que tanto daño le hicieron al país en 1845.
“Reconocerse en el espejo no es resignación, es un acto de valentía.”
Sus retadores argumentan que el radicalismo perdió vocación de poder real. Desde afuera miro los cuatro años en que fueron oficialistas y me veo tentado a darle la razón a Posse, Nosiglia y Lousteau.
Eso es una falta de respeto a los veintisiete intendentes que forman parte de este espacio. Además es una falacia: vocación de poder es defender a tus votantes, no negociar con el gobierno de turno. En la Cámara de Diputados de la Provincia, luego de las elecciones de 2019, el PJ tenía cuarenta y cinco representantes y Juntos por el Cambio, cuarenta y cuatro. Cuando Posse y Monzó armaron su propio bloque, el PJ mantuvo sus cuarenta y cinco legisladores sobre noventa y dos, mientras que Juntos por el Cambio pasó a contar con treinta y nueve. ¿A quién se favoreció con esa ruptura? ¿A eso llaman vocación de poder? Nuevamente, prestemos atención a lo que se hace, no tanto a lo que se dice. Por otro lado, se equivocan conceptualmente aquellos que consideran que una conducción más hostil hacia los aliados potenciará las condiciones de la UCR.
¿Por qué?
Porque obturaríamos cualquier posición de igualdad. Si lo que se discute es la potencialidad territorial, el PRO es más fuerte porque tiene las cabeceras de las secciones, a excepción de las del conurbano. Además, la UCR tiene más legisladores provinciales, nacionales y locales que en 2015.
Si no perdieron voluntad de poder, ¿cómo puede el radicalismo hacer sistema más allá del Congreso y algunas gobernaciones del interior?
Debemos ir hacia un fortalecimiento de Juntos por el Cambio. Hay que darle previsibilidad a la coalición, para que se construyan rutinas y prácticas comunes y para que se constituyan ámbitos de decisión centradas en los partidos y no en personas. La UCR debe hacer valer lo que mejor sabe hacer: contribuir a la institucionalización de Juntos por el Cambio proponiendo un ámbito concertado, una convención que consolide en el tiempo esta unidad. Nuestra convención de Gualeguaychú le devolvió competitividad política al país, luego de casi veinte años de una enorme dispersión política del espacio no peronista que facilitó que el kirchnerismo haga un uso desmedido del poder. Así como el alfonsinismo obligó al peronismo a renovarse, la unidad del espacio no peronista obliga al peronismo a controlar sus demonios.
Proponés un sistema de toma de decisiones basado en los partidos, pero antes mencionaste que los partidos dejaron de ser cruciales para elegir presidente desde la reforma del 94. Es lo que los politólogos definen como territorialización de la política. ¿No es una salida anticuada?
La reforma afectó a los partidos, especialmente en el funcionamiento nacional. Los autonomistas liberales, los demócratas progresistas santafesinos, los bloquistas sanjuaninos, los renovadores salteños, el PI o la UCeDé pasaron a la insignificancia con la elección en distrito único. Los que sobrevivieron siguen siendo los encargados de reclutar aspirantes a cargos electivos, movilizar recursos humanos y fiscalizar las elecciones. Sin los partidos no funciona el asunto y de lo que se trata es de fortalecer el funcionamiento de los integrantes de la coalición Juntos por el Cambio. Con un espacio de debate, de construcción identitaria, de ratificación de candidaturas.
¿Cómo lo lograrían?
Hay que dejar atrás las mesas de decisiones conformadas por personas y no por representación partidaria. Hay que extender la pertenencia y horizontalizar algunas definiciones.
“Así como el alfonsinismo obligó al peronismo a renovarse, la unidad del espacio no peronista obliga al peronismo a controlar sus demonios.”
Uno mira otros espacios políticos y ve que hay un recambio generacional: en la provincia de Buenos Aires, un peronista de 35 años dirige la Cámara de Diputados y otro que apenas pasa los 30 y preside el bloque del Frente de Todos; en el Congreso se desempeñan legisladoras como Daniela Vilar de 36 años, el secretario general de Diputados no llega a los 35. Si miramos al radicalismo, su figura más taquillera es Martín Lousteau, que tiene 49 años; en la provincia contabilizamos a Maximiliano Abad (con 43 años preside el bloque de diputados provinciales de Juntos por el Cambio) o a Josefina Mendoza (diputada nacional de 28 años), aunque esta última no tuvo méritos más allá de haber cruzado a Baradel. ¿Le falta al radicalismo un “trasvasamiento generacional”?
La UCR comenzó en los últimos cuatro años un lento proceso de renovación. Se incorporaron legisladores muy jóvenes. Pienso en Emiliano Reparaz, Melisa Greco o Valentin Miranda, solo por citar a los provinciales. Vimos también cómo las mujeres ganaron protagonismo en un partido machista. Sin embargo, esos avances no se tradujeron aún plenamente en la conducción partidaria. Maximilano Abad tiene la responsabilidad de profundizar este cambio. Una señal en ese sentido es la incorporación a la vida partidaria de figuras que triunfaron en el ámbito privado como Gastón Manes, Andrés Malamud o Elsa Llenderrozas.
Hablamos hace dos años y sostuviste que la UCR debía dejar de llorar sobre la leche derramada. Uno contabiliza las ciudades más relevantes en la que el radicalismo bonaerense es gobierno y el resultado da San Isidro o Tandil. Vuelvo a la nota y te cito textual: “esto de que te llamen un partido rural es una oportunidad”. ¿No es un planteo conservador o de resignación, de mantener lo que se posee actualmente? ¿Seguís pensando del mismo modo? ¿Por qué?
Reconocerse en el espejo no es resignación, es un acto de valentía. Existió durante muchos años un razonamiento equivocado. Arrancó con una foto de 1983: la UCR sacó la mitad de los votos en todo el país y se pensó que ese era un piso. La realidad indica que la UCR dejó de ser el partido mayoritario desde la irrupción del peronismo. Pudo volver a ser gobierno sólo cuando interpretó el contexto histórico y tejió alianzas sociales amplias. En 1983 y 1999 conduciendo, en 2015, formando parte importante de la coalición gubernamental. Sin nuestros legisladores Macri no habría podido gobernar. Por eso hay que fortalecer Juntos por el Cambio y sacar de cada partido lo mejor.
¿Qué sería eso?
La UCR tiene una rica experiencia en materia legislativa, es lógico pensar que en esos ámbitos tenga mucho más para aportar que el PRO. Tenemos las presidencias de los interbloques en el Senado y en Diputados, en la Nación y en la provincia de Buenos Aires. Por su parte, el PRO mostró gran capacidad de administración y no sería nada malo pensar en fortalecer a los intendentes de ese partido con nuestros cuadros. La UCR adquirió preponderancia desde diciembre de 2019 y hay que hacerla valer a la hora de conformar listas, definir espacios de poder, etc.
¿Puede el radicalismo bonaerense revertir ese repliegue (en términos de representación) hacia las ciudades chicas y recuperar electorado no peronista que hoy pertenece al PRO? Si la respuesta es sí, ¿cómo creés que se puede hacer?
Lo más importante que tiene por delante la UCR bonaerense es fortalecer Juntos por el Cambio, conformar una coalición previsible, diseñar un ámbito orgánico para los partidos y posicionar estratégicamente la agenda de los sectores sociales que confían en nosotros. Especialmente los pequeños comerciantes, los que generan su propio empleo y los monotributistas, que carecen de un colectivo político y gremial que los represente. Eso le permitirá al radicalismo incidir en la dirección estratégica de la coalición. Cuando está en manos de extremos como Patricia Bullrich vemos hacia dónde nos lleva. En síntesis, más Juntos por el Cambio y menos encierro partidario. La diversidad nos hace mejores.
Las preguntas y respuestas giran en torno a determinados tópicos: comenzamos con una interna partidaria, seguimos con una reforma constitucional, el fortalecimiento de una coalición partidaria, la conformación ámbitos orgánicos y el posicionamiento de una agenda. En cierto modo, todo esto remite al libro Cambiamos. En ese diario de la campaña de 2015, Hernán Iglesias Illa consignó que la dirigencia radical concentró su energía en la elaboración de la plataforma electoral antes que en cuestiones sustantivas. Sobrevuela una propensión por la institucionalidad. Las respuestas denotan la creencia de que un adecuado arreglo institucional devolvería un rol protagónico a la UCR. ¿Qué lugar ocupa la gente común, sobre todo en este contexto apremiante?
No leí ese libro, pero creo que la UCR, con matices, estuvo cerca de la agenda de la gente común. Lo estuvo cuando le señaló a Macri la necesidad de conformar una Moncloa con un sector importante del peronismo para transformar estructuralmente la carga impositiva para ganar competitividad en nuestra economía, o cuando le exigió a Aranguren racionalidad en el intento de bajar el déficit fiscal, fruto del sistema de subsidiar a la oferta y no la demanda de energía. Lo está ahora al exigirle al presidente Fernandez la vuelta a clases luego de doscientos días de aulas vacías, al señalar que el encierro no puede ser la única estrategia para soportar el COVID mientras llega la vacuna, etc.
“Cuando está en manos de extremos como Patricia Bullrich vemos hacia dónde nos lleva. En síntesis, más Juntos por el Cambio y menos encierro partidario. La diversidad nos hace mejores.”
La última: hace dos años caracterizaste a la alianza que mantiene a Gustavo Posse en la intendencia de San Isidro como algo “absolutamente desgastado”. En Buenos Aires hay una ley que establece que en 2023 no pueden volver a presentarse muchos intendentes, entre ellos el sanisidrense. ¿Puede haber un cambio de mando histórico en el distrito?
No soy muy optimista con la posibilidad de que se respete la ley, y en 2023 no vuelvan a presentarse intendentes que llevan dos mandatos o más. Cómo señalé al comienzo, si Sarmiento hoy estuviera entre nosotros y tuviera que volver a escribir el Facundo, vería en el reeleccionismo de los intendentes del Gran Buenos Aires la estructura nociva que tanto atraso produce en nuestra democracia. Esos gobernantes, por el poder electoral ganado en la reforma del 94, eligen diputados provinciales y nacionales, los que a su vez tienen incidencia en los consejos de la magistratura que controlan a los jueces, manejan enormes fortunas en pauta publicitaria y contrataciones sin pasar por control eficiente, algunos contratan mano de obra desocupada de los servicios de inteligencia para amedrentar opositores, y la lista sigue. Creo que el cambio histórico sería contar con organismos de control para limitar sus amplios poderes, incluyendo a la Justicia, para que investigue y no se esconda. Anhelo una lucha de esa naturaleza.
Mi pregunta fue si es posible un cambio de mando histórico en San Isidro.
Si mirás todas las ciudades donde gobernaba hasta el año pasado Cambiemos, vas a ver que en las últimas elecciones la lista local sacó más votos que la de presidente y gobernadora, a excepción de San Isidro. Posse sacó veinte puntos menos que Macri y Vidal. Hubo un enorme corte de boleta. Para el 2023 falta mucho, conociendo a Gustavo va a intentar volver a ser él el candidato o en su defecto que sea su apellido. Veremos cómo lo toma la sociedad.