Desde la convención de Gualeguaychú en 2015, el radicalismo se convirtió en una de las piezas más complejas de la estructura de Cambiemos. Dador de gobernabilidad para unos, convidado de piedra para otros, su presente suele ser analizado como una tensión irresuelta que abarca desde el silencio estratégico de Ernesto Sanz a las objeciones de Federico Storani, la interna porteña imposible o las lágrimas de sal de las viudas del alfonsinismo.
Quebrado por aquellos idus de diciembre de 2001, el radicalismo parece disfrutar hoy de un extraño privilegio: haber anticipado una crisis política que el balbuceante presente del peronismo demuestra que no es exclusividad de unos correligionarios que, tras más de quince años de reflexión y autocrítica, hoy quizás estén mejor preparados para lo que depara el futuro inmediato.
Concejal de San Isidro en dos períodos y candidato a intendente del distrito en 2007, Jorge Álvarez es un histórico militante radical bonaerense y director del Instituto Abierto para el Desarrollo de Políticas Públicas (IADEPP). Analista y a la vez protagonista de ese reino cambiemita del norte, municipio gobernado desde hace décadas por un vecinalismo de raigambre radical que abrazó sin traumas el devenir macrista, Álvarez se aleja de los correligionarios que ven el presente en clave de debacle o se abrazan a la utopía mercadotécnica del PRO, y piensa el lugar del radicalismo en Cambiemos como una inevitabilidad, el destino clasemediero de una fuerza política que debió marchar detrás de su base social, y postergar, hasta nuevo aviso, la discusión sobre doblarse o romperse.
A la manera de un spinoziano de boina blanca, Álvarez habla del partido centenario como un patriarca muerto y transfigurado al que, menos que llorarlo, hay que pensarlo en su articulación con el presente. Para Álvarez, no importan ni Macri, ni Vidal ni Larreta a la hora de pensar el devenir del radicalismo. “El desafío es conducir ese colectivo social que se llamó no peronismo o republicanismo, que estuvo fragmentado durante quince años y que ahora se ha vuelto a reunir con conductores transitorios”, dice este especialista en el diseño de campañas electorales que hoy tiene un ojo puesto en lo que pasó y el otro en lo que viene.
Si se compara 2017 con 2013 y 2015, estas últimas elecciones parecieron de menor intensidad o dramatismo. ¿Fue algo propio de este turno electoral o se advierte una tendencia?
Ninguna elección es similar a la otra. Las de 2013 y 2015 fueron elecciones que marcaron un fin de ciclo, mientras que la de 2017 marcó la consolidación de uno nuevo. Una elección intermedia de un ciclo político nuevo por lo general significa una tendencia de la gente a avalar. Por eso la del año pasado hay que leerla como la típica elección intermedia de un inicio de ciclo.
La victoria de Cambiemos, por la particularidad de sus campañas y de su maquinaria electoral, suele ser leída como el ingreso de la política argentina al siglo XXI, como una especie de revolución modernizadora. ¿Se modificó también la forma en que los electores se relacionan con la política?
La actividad política se desarrolla en el marco de la cotidianeidad de las personas. No es que todos los días razonás como un consumidor de productos del supermercado y el día de la elección te comportás como lo hacían tus abuelos con la Ley Sáenz Peña. No existe esa disociación, actuás y razonás de la misma manera. El contexto en el cual se hizo política en 2015 fue absolutamente diferente al de 2007. YouTube ocupaba un lugar distinto y Facebook todavía no había hecho pie en la Argentina. Eso influye enormemente a la hora de informarse y tomar decisiones. Cosas que hoy tenemos incorporadas, hace diez años no tenían el mismo impacto. De hecho, el papel de los medios de comunicación masivos era más fuerte que el de hoy, y sin dudas el de hoy es mucho más fuerte que el que van a tener dentro de seis años.
Son electores que están más expuestos a la información.
Están más expuestos a distintas formas de información. El chiste es quién sabe entender eso. Hace veinte años la tapa de un diario de papel condicionaba a un candidato. Hoy, creo que ni lo despeina. Ahora, si se corre un rumor en redes sociales sobre un candidato, que no importa si es real o es ficticio, lo puede destruir. Hay que entender ese cambio y hay que estar atento a eso para interpretarlo y comprender cómo se hace política,
¿Escuchar a la sociedad?
La investigación de mercado que nos condiciona en nuestra vida no escapa a la actividad política. Ahora, hay un espacio para los que creemos que la política es la que debe promover la agenda, y no los consultores que, con edulcorante, dicen qué es lo que debe decir un político. Todos se tienen que vestir igual, tienen que hacer una foto escuchando a la gente y postear “hoy estuve con Juan que me dijo que es feliz”. Eso es una manera de lo más perezosa de relacionarse con la gente, la pose. Hay que entender la complejidad de los tiempos que corren, de las sociedades que no son uniformes, hay que investigar qué pasa en la cabeza de las personas, cuáles son sus temores, sus deseos, y con un programa propio tratar de liderar las expectativas de la gente. Ese espacio para mí todavía está boyando en la política argentina.
Se ha dicho en exceso que el macrismo estudia a la sociedad, por el aporte de Durán Barba pero sobre todo por la acción de Marcos Peña. Marcaste una tensión entre una política más ligada al marketing y otra más clásica. ¿Qué está haciendo al respecto la UCR, está escuchando a la sociedad?
Puedo compartir o no cosas con Marcos Peña, pero es uno de los exponentes más paradigmáticos e interesantes de la política argentina de los últimos años. Por su solidez técnica, por su capacidad de trabajo y sobre todo por sus valores. Por otro lado, si el radicalismo escucha o no a la sociedad, no soy quién para decirlo. La Unión Cívica Radical no es una sola cosa, son distintos estamentos de poder que actúan de manera diferenciada. Una cosa es el radicalismo territorial, que disputa intendencias y gobernaciones porque representa muy bien a su gente. Otra cosa es la conducción política de los bloques legislativos, que tienen una agenda diferente. Y otra cosa es el espíritu del partido, por definirlo de alguna forma, que es la conducción nacional y las provinciales. Yo creo que esta última es la que tiene más falta de técnica para escuchar a la gente e interpretar los tiempos sociales. ¿Cuántos cambios socioeconómicos hubo en los últimos años? ¿Qué ha pasado con las clases medias? Yo prestaría atención a esto, que además nos permitirá entender qué les pasó a los partidos que representaban a las clases medias en Argentina, para plantear un destino para el radicalismo y los desafíos dentro de Cambiemos.
Durán Barba aseguró que los partidos tradicionales caducaron y que el radicalismo había colapsado. Pero desde antes de las elecciones de 2015 hasta ahora están mejor en términos de espacios de representación institucional y de gobierno. ¿Qué opinás de esa lectura?
Coincido, para mí los partidos tradicionales están colapsados porque el mundo que representaban no existe más. Es problema del imaginario que representan. La simbología del radicalismo alfonsinista está acabada porque el mundo en el cual ellos imaginan las cosas no existe más. La otra cuestión es que la representación es relativa. A partir de la reforma del ‘94, la Argentina elige presidente mediante distrito único. Hay 2100 municipios pero el 66% de la población vive en 60 ciudades. Los que ganan las elecciones en esas ciudades son los verdaderos electores nacionales.
Ciudades donde se encuentra la clase media.
Las clases medias se afincan en las zonas urbanas, claro. Esto cambió para siempre la política argentina: desde la reforma del ‘94 desaparecieron la Acción Chaqueña, el Pacto Autonomista Liberal, el bloquismo y la Cruzada Renovadora en San Juan, la Alianza Federal jujeña, el Partido Renovador de Salta, el partido de Bussi en Tucumán… El único que sobrevive es el Movimiento Popular Neuquino. Toda la política argentina que estaba basada en el colegio electoral desapareció, y lo que se impuso fueron las grandes ciudades como electores. Por eso el peronismo fue el único actor competitivo post 2001, porque gobernaba en la mayoría de esas ciudades, y por eso Kirchner basó su poder político en la relación directa con los intendentes. Sacar la cuenta de la representación institucional sin leer esto es no ver las posibilidades que tiene el radicalismo. Se dejó de ser un actor en las ciudades grandes pero se es un actor en las ciudades de menos de 100 mil habitantes. Eso no permite poner presidente pero sí ser actor principal en una coalición de gobierno, tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires, básicamente desde lo parlamentario. Hay ocho secciones electorales en la provincia, siendo las tres más importantes la Primera, la Tercera y la Octava. Allí el radicalismo se esfumó en los últimos veinte años, pero en el resto de las secciones tiene presencia, es chico cuantitativamente pero importante cualitativamente porque tiene el piso suficiente para meter legisladores provinciales. Algunos en el radicalismo, como es el caso de Federico Storani, consideran esto una debacle. Yo considero que es un punto de partida. Si somos el partido rural hagamos política a partir de esto, tengamos una agenda que nos permita partir desde un lugar. No nos quedemos llorando por lo que fuimos, interpretemos lo que somos hoy, ahí hay una oportunidad enorme.
“El sector social al que aspiramos a representar ya había tomado una decisión un tiempo antes. Entonces, discutir ahora si Cambiemos es o no coalición es quedarse llorando sobre la leche derramada. Hay una mala lectura de la realidad social y de las oportunidades que esta coyuntura le brinda al radicalismo”
Storani aseguró que no existe un gobierno de coalición. ¿Qué es lo que sucede realmente, una discusión institucional por espacios en el gobierno, o hay algo más profundo?
El 2015 se definió en la elección de 2013. El radicalismo todavía debatía sobre el dilema ideológico de conformar un espacio progresista. Y llegó al 2015 en una situación muy débil. Cuando se configuró el escenario electoral el radicalismo estaba condicionado, tenía que elegir pero no podía escoger ser protagonista en la discusión. Es verdad que Macri no podría haber llegado a la segunda vuelta sin Gualeguaychú, pero también el radicalismo sobreestima su aporte en ese triunfo. Los votantes iban a buscar una opción que permita ganarle al peronismo. El sector social al que aspiramos a representar ya había tomado una decisión un tiempo antes. Entonces, discutir ahora si Cambiemos es o no coalición es quedarse llorando sobre la leche derramada. Hay una mala lectura de la realidad social y de las oportunidades que esta coyuntura le brinda al radicalismo. Lo que hay que hacer en este momento es ver cuáles son las oportunidades. Hay presencia legislativa, el ámbito donde el radicalismo puede aportar o formar una coalición de gobierno es claramente en Diputados y en Senadores.
Antes hablaste de ciclos políticos y de tres radicalismos. ¿Alguno tiene una lectura del ciclo que se está desarrollando?
No soy la persona indicada para hablar del radicalismo en general. Lo que creo es que en 2015 empezó un ciclo político en Argentina que lleva el péndulo hacia el centro político. Da la impresión de que aventura pasar el ‘19 y llegar hasta el ‘23. Si esto es así, lo primero que habría que observar es que en la provincia de Buenos Aires van a terminar sus mandatos más de 100 intendentes y una cantidad importante de legisladores provinciales y concejales, por la reforma que limitó las reelecciones. Eso va a inaugurar un ciclo político nuevo con la irrupción de actores políticos. A nivel nacional terminarían los segundos mandatos de Macri, Vidal y Larreta, pero también de algunos gobernadores e intendentes peronistas del conurbano, que pueden ser actores emergentes. La sociedad está un poco harta de los políticos y muy expectante de soluciones a sus condiciones de vida, no va a rifar su boleto de poder, que es el voto, para cualquier opción. Este es un ciclo que lo puede aprovechar quien sea inteligente, no hay que apurarse. Quien mejor lo interprete construirá la nueva etapa, que sí será lo nuevo, será el siglo XXI en el sentido de que ya ni el radicalismo ni el peronismo son los actores exclusivos de la política argentina. Hay una aparición de fuerzas políticas que tienen más que ver con la nueva composición socioeconómica de las grandes ciudades, como es el caso de Cambiemos.
En concreto las ofertas electorales se traducen en nombres. ¿Tiene eso el radicalismo? En las elecciones pasadas se mencionó a Facundo Manes, siendo vos el armador de esa candidatura…
Eso último lo desmiento rotundamente. Facundo es un amigo con el cual hablo mucho de política. Ese hecho no implica que él está inmerso en la política. Después, lo que haga o deje de hacer el radicalismo, la Coalición Cívica o el PRO, tiende a ser cada vez más relativo porque mi impresión es que cada una de estas fuerzas va a ir tendiendo a perder fuerza. Da la impresión de que en el largo plazo lo que se va a consolidar es la creación de un partido nuevo, podrá llamarse Cambiemos o no, pero va a ser el depositario de las trayectorias y expectativas de cientos de miles de argentinos. Le costará a una fuerza un poco más, pero creo que el PRO está destinado a desaparecer y ser absorbido por esta cosa.
¿Y en el radicalismo puede pervivir una identidad por fuera de Cambiemos, o ese proceso de absorción es inevitable?
Yo creo que el desafío es conducir ese colectivo social que se llamó no peronismo o republicanismo, que estuvo fragmentado durante quince años y se ha vuelto a reunir con conductores transitorios. Tenemos peso en la periferia de las grandes ciudades, esto de que te llamen un partido rural es una oportunidad. Acá está tu sector social, tu anclaje es este, no se trata de Macri o Larreta, se trata de que miles y miles de argentinos, cuyos abuelos o padres votaron a Illia, creyeron en Alfonsín y expresan muchas de las cosas que nos hicieron participar en política, hoy le dieron transitoriamente el poder a Macri. Por eso no hay espacio para otra cosa, lo que hay que hacer es conducirlo y para ello hay que partir desde algún lugar. Y después tener figuras que puedan liderar ese espacio.
Ser un partido agrario en una sociedad urbana, ¿no condena al radicalismo a tener un rol político secundario?
Cuando me refiero al partido rural hablo de donde es más fuerte el radicalismo y obtiene poder institucional. El interior del país, el interior bonaerense, se representan en el Senado y en Diputados y en las legislaturas provinciales. Ahí está la posibilidad de llevar adelante un programa, lo que hace falta es sentarse a elaborarlo. Tenemos muchas discusiones tapadas por la coyuntura que son muy útiles para ver las oportunidades que un partido tiene de entrar en la discusión política y ganar adhesiones.
“¿Cuántos cambios socioeconómicos hubo en los últimos años? ¿Qué ha pasado con las clases medias? Yo prestaría atención a esto, que además nos permitirá entender qué les pasó a los partidos que representaban a las clases medias en Argentina, para plantear un destino para el radicalismo y los desafíos dentro de Cambiemos”
Vuelvo a esto de prever comportamientos electorales. Desde hace un tiempo sostenés que el cierre de listas permite anticipar el resultado de una contienda. ¿Cómo es eso?
Con la consolidación democrática más o menos se puede prever el comportamiento electoral, porque las mesas electorales están conformadas por 350 electores y, salvo por la incorporación de electores jóvenes o cambios de domicilio, en general vota la misma gente. Si a eso le sumás las herramientas de minería de datos que pueden generar cruces de información, se puede estar presuponiendo en cada mesa el posible comportamiento de determinado elector. El chiste electoral ya no es en la época de campaña sino en la no electoral, construir públicos, electores, estudiarlos y saber dónde están. Si yo tengo una cantidad de personas que se identifican con la agenda verde, y el día del cierre de listas hay tres partidos verdes, uno se va a imponer sobre el resto, pero lo que está claro es que la totalidad de los verdes no se van a expresar electoralmente. El ejemplo más claro fue la elección del ‘17 en la provincia de Buenos Aires entre Cristina y Randazzo. Uno podía prever que ese electorado iba a ir dividido, y cuanto menos le podía pifiar cuanto se llevaba uno u otro. Lo que estaba claro era que ninguno iba a poder tener la sumatoria de ese espacio, por eso no ganó el peronismo. A eso me refiero con que los cierres de listas te permiten más o menos interpretar hacia dónde va la cosa.
Estamos en San Isidro, distrito gobernando por Cambiemos. El armado local tiene sus particularidades: hay un vecinalismo possista, presencia del radicalismo y también está el PRO. ¿Cómo ves al distrito?
La respuesta a eso estuvo en las elecciones: seis de cada diez sanisidrenses tienen la aspiración de que a Macri y de Vidal le vaya muy bien. Ahora, cuando esos mismos electores tienen que expresarse sobre la realidad local, es imposible que esa totalidad se la lleve un sector, en particular el que lidera Gustavo Posse, por infinita cantidad de motivos. Hacia el ‘19, esta diferencia va a tener que saldarse de alguna manera. No creo que sea por un acuerdo dirigencial, me da la impresión de que se va a saldar con la opinión de los ciudadanos. Lo que sí es cierto es que el espacio que se identifica con Cambiemos es mucho mayor que el que se identifica con los supuestos representantes de Cambiemos en San Isidro.
¿Esta identificación no se expresó recientemente en el Concejo Deliberante? La semana pasada el possismo perdió una votación luego de veinte años.
Formé y formo parte de la alianza social que durante muchos años votó a Melchor Posse y, pese a algunas diferencias internas, a Gustavo Posse. Pero creo que esa alianza hoy está absolutamente desgastada, y su liderazgo no contiene a todos los integrantes de ese sector social. También creo que Posse está en un proceso delicado políticamente, porque si bien tiene muchas chances de ganar el año que viene, la pregunta sería para qué quiere ser intendente. La impresión es que esa búsqueda del poder por el poder mismo no tiene ningún tipo de sustento social. Podrá ser intendente pero el día después de la reelección iniciará el final de su carrera política. Y lo iniciará mal. No veo que haya un recambio de actores porque los concejales que lo representan no van a poder volver a presentarse. La política es un poco manipular, entonces el chiste del líder es “estamos bien, vamos bien”, pero la verdad es que abajo se ve otra cosa. Creo que hay un olor a final de ciclo galopante, y algunos errores políticos de la conducción lo aceleran.
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Un radical spinoziano en la Argentina del cambio