En 2002 el escritor argentino Rafael Pinedo gana el Premio Casa de las Américas gracias a una novela breve e inquietante. Con un lenguaje moroso y una brutalidad imperturbable, Plop narra el devenir de una pequeña sociedad en un mundo postapocalíptico, donde su protagonista, Plop, es dado a luz en plena caminata y termina (o empieza) su relato dentro de un pozo, contemplando las paladas de tierra que caen sobre su cabeza. Plop significó un pequeño gran acontecimiento en el ámbito literario local a comienzos del levantisco y desolador siglo XXI argentino y permitió introducir a este autor hasta entonces desconocido, de 48 años, miembro desterrado de un linaje patricio (primo segundo del ex senador y ex breve presidente de la nación Federico Pinedo, pariente lejano de otro Federico, el autor del famoso Plan Pinedo), afable y distendido, alejado de las estrategias de autofiguración y los manierismos autorales, y que escribió otras dos novelas, Frío (2004) y Subte (2006), integrantes de lo que él llamaba una “trilogía de la destrucción de la cultura”, antes de fallecer tempranamente en 2006, dejando una novela inconclusa (Agua) y una carrera de cuatro años que lo colocó en un extraño no lugar de la literatura argentina. Mariano Vespa, escritor y periodista cultural, habitual baquiano de ciertas biografías literarias locales y de sus bifurcaciones (desde Fogwill a Charlie Feiling), emprende en su libro Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinedo (Tren en movimiento) una busca quirúrgica y sensorial detrás de este autor de culto y oculto, mítico y efímero, que incluye la pregunta por su lenguaje, sus formas y el canibalismo de una prosa que rastrea la fractura, los costos de la supervivencia, el impacto de la sanción y la vida en comunidad cuando ya no quedan más que ruinas.
¿Qué fue lo que te convocó de Pinedo para lanzarte a una indagación sobre su figura y su obra?
La primera vez que leí Plop me gustó, me pareció muy brutal, muy peculiar, desde el punto de vista de la violencia, de una mirada sobre la violencia, pero no me llamó particularmente la atención. Había leído algunas entrevistas y tampoco me habían parecido grandes entrevistas, aunque sí me interesó que él no parecía alguien que estuviera en pose. Después, unos cuatro años después, aproximadamente, en un viaje, no me acuerdo si a Colombia, me lo llevé a un aeropuerto. Pensé: “este es el típico libro que está bueno releer en un viaje, tiene capítulos cortos, podés leer espaciado”. Y ahí, en otro contexto, de espera, me llamó mucho la atención el lenguaje. Al saber un poco su peripecia, me di cuenta que lo peculiar ahí era el uso del lenguaje. O sea, cómo con una economía de recursos muy fuerte Pinedo logra componer un mundo de ruinas. Y cómo aparece ahí la idea de comunidad, de algo que se fractura. Eso fue como una órbita de resonancia.
Un ingreso a través de lo sonoro, de lo sensorial.
Ahí me puse a buscar. Y encontré más entrevistas, que eran interesantes pero tampoco respondían a lo que yo buscaba, que era por qué lo escribió así. Como diría [Ricardo] Strafacce sobre [Osvaldo] Lamborghini, por qué escribió o cómo construyó ese mundo con ese lenguaje. Esa es la primera premisa: cómo construye Pinedo un mundo que podría ser muy fácil de adjetivar pero sin adjetivos.
¿Y hubo alguna respuesta a esa pregunta?
Es difícil. Una vez lo tabulé. Volqué toda la novela a uno de los programas que desarrolló Franco Moretti, de lectura distante, y me dio que una de las palabras que más se usa es “No”. Y ahí apareció una punta, que no sé si me respondió algo pero sí entendí un poco más. Leí unos cuentos, unos ejercicios breves previos, borradores, Pinedo tenía unos ejercicios que él llamaba “cortazarianas”, que eran unos textos más lúdicos, e imaginé, quizás un poco arbitrariamente, que había algo ahí que implicaba poner en juego un elemento más lúdico, que un poco lo empecé a asociar a la OuLiPo, bueno, Cortázar un poco también, y a algo del orden de recurrir a un lenguaje que en algún punto se le hacía más afín, un lenguaje científico. Yo creo que él no escribía papers, no lo tengo muy claro, pero no pertenecía a ese mundo académico. Y también creo que su personalidad era muy distinta a lo que es el lenguaje de Plop. Rafael era alguien afable. Ahí empecé a ver algo que me interesó. La conjunción de dos mundos distintos. Y la búsqueda por resolverlo un poco con lo que tenía a mano, con una estructura procedimental, hasta incluso pensada matemáticamente, donde la obra no está pensada en relación al resultado sino que está el mapeo, los capítulos cortos, cada uno casi como un palazo.
¿Ahí ves que aparece su formación como técnico informático?
Sí. En la estructura mental previa que lleva a sus narraciones.
Es una obra, también, muy atravesada por la edición, por la corrección. Hay cambios entre la edición cubana de Plop y la argentina. Incluso, en una entrevista cuenta que cuando gana el Premio Casa de las Américas estaba a punto de reescribir toda la novela.
Hay algo de inseguridad. Una vez, hablando con Alejandro Horowicz, me dice: “lo que sucedió con Rafael fue que tenía miedo”. Quizás el premio en Cuba le sirvió un poco para tener más autoconciencia de que se estaba convirtiendo en escritor. Es lo que dice Fogwill en la entrevista en el Malba en 2006, un mes antes de que muera Pinedo: que ahí había algo, que se estaba conformando un escritor.
Él arriba tarde, digamos, tenía 48 años cuando gana el premio.
Sí, y murió a los 52. Él después de Plop empieza a salir con Alejandra Procupet, que en ese momento ya era una editora bastante conocida, con mucho oficio. Y si te fijás, Frío y Subte por ahí no tienen la potencia que tiene Plop, pero están bien escritas. Y yo cotejé algunas cosas, no sé qué habrá pasado con Marcelo Cohen [editor de la primera edición de Plop en Argentina] pero sus textos ya estaban mucho mejor pulidos con Alejandra.
“El efecto que tuve con Plop me pasó con muy pocas novelas argentinas”
Eso es algo que está muy presente en tu libro, cierta noción de que la biografía, al menos esta biografía, no puede prescindir del acompañamiento de la edición.
Y más con Cohen en particular. Cohen y Maxi Papandrea, que en ese momento creo que asistía a Cohen en Interzona, son referentes, junto a tantos otros, de la figura del editor argentino que se involucra en el oficio de editar.
Sos alguien que investiga el género biográfico, sus formas y sus condiciones de posibilidad, ¿Definís a Inmersión como una biografía, con sus características híbridas, donde el Yo biógrafo está en mayor o menor medida presente, o pensás al libro en otra tradición, en otra búsqueda?
Creo que frente a varias imposibilidades tomé un recurso más fragmentario, no tanto por desidia sino porque también era un juego con lo pinediano, digamos. No sé si tendría sentido hacer una biografía de 500 páginas. No lo podría hacer, por distintas razones, con alguien que escribió cuatro años. Quizás si hubiera archivo se podría hacer, pero no sé si tiene sentido. A su vez, me parece que hay algunos libros, como el de [Michael] Holroyd [Cómo se escribe una vida, editado por La Bestia Equilatera] o Un arte vulnerable. La biografía como forma, compilado por Nora Avaro, Julia Musitano y Judith Podlubne, y varios ensayos más que un poco rastrean esa idea, algunos lo llaman ensayo biográfico, perfil biográfico. El libro de [Julian] Barnes, El loro de Flaubert, marca un poco el tiempo de cómo se piensa la biografía hoy. En un momento, habla del color de ojos de Rimbaud, y dice que Enid Starkie se equivoca en la tonalidad de los ojos. Esos juegos están más establecidos, el autor de la biografía se tiene que exponer un poco más. Es un tiempo donde la biografía más heroica no tiene tanto sentido. Sobre todo, porque también circula más información de los autores.
Hay algo que dijiste al principio, de cómo fue tu encuentro con Pinedo, en donde medió una relectura, y eso habla en cierto sentido de algo que rodea a Pinedo, de ser un autor que murió antes de cualquier tipo de consagración, lo que lo obliga (como a casi todos los autores, en realidad) a ir encontrando sus lectores.
Sí. El efecto que tuve con Plop me pasó con muy pocas novelas argentinas. Eisejuaz, por ejemplo. O Zama. Quizás también alguna de Saer. Yo sumaría a Plop a ese grupo, como algo sonoro, incluso.
De textura.
Inmersión juega un poco con [Lucrecia] Martel también. Después de mucho probar títulos que no me cerraban, en un momento apareció Inmersión y como que lo cooptó todo. Porque había mucha agua en el texto: las aguas del Río de la Plata con la dictadura y los ejemplares de la familia tirados al río, el vínculo con la pileta…
La propia sonoridad del título, la idea del pozo, incluso el romper aguas del parto a pie.
Y ahí, el título se impuso.
“Ellos [Rafael y Jorge] eran en algún punto los desplazados de la familia, los huérfanos. La idea de orfandad es fuerte también en su obra: la orfandad de los años de quiebre con la familia, la orfandad de la generación de los 70, la imposibilidad de ser padre. Hay algo ahí que dice algo, y que en algún punto, no sé si directamente, está en la literatura”
Pinedo dijo alguna vez que sus libros formaban una “trilogía de la destrucción de la cultura”. Y en esa destrucción afloran los ritos, la tribu, como la unidad mínima donde se sostiene lo humano en un mundo postapocalíptico. ¿Es también una obra sobre la familia, los lazos sociales, el orden, la imposición de ciertos ritos como forma de supervivencia?
Sí. Lo que yo descubrí, por un lado, es que la trilogía quizás era en verdad una tetralogía o una trilogía conformada de manera diferente. Frío es la que no estaría dentro de la trilogía, sino más bien Plop, Subte y Agua, que nos remite otra vez a lo acuático. Pero sí, hay una idea de comunidad que tiene una lógica y en un momento se quiebra. Alejandra me dice que para el momento en que escribe Subte él estaba obsesionado con ser padre y no había podido, entonces adoptó. Para la época en que escribe Frío había leído muchos misales, textos de ese estilo, y se había preocupado un poco con la idea de los ermitaños. Hay algo con la individualidad en el grupo o el grupo y la individualidad, la diferenciación, el quiebre. En Plop en particular eso se ve más.
Ahi quizás hay otro tipo de lazo con la obra de Angélica Gorodischer. En Kalpa imperial esa idea de territorio, grupo, tradición, quiebre, de un imperio y sus relaciones, también está presente.
Exacto. Incluso en “Laberinto”, que es previo a Plop, se ve algo de esa economía del lenguaje, ligada a la narración de una comunidad en fractura. Frío y Subte, en algún punto, son una apuesta incluso más narrativa, o sea, opera el contexto de fondo, pero no domina el contexto.
¿Creés que ese interés por el rito, por lo tribal, tiene algún tipo de anclaje en su propio abolengo, en los ritos y tradiciones de esa familia que, según él dijo alguna vez, “trabaja para el bronce”?
Sí. No sé ahora, no me atrevería a afirmarlo, pero al menos en los años 50, según lo que me contaron, era una familia obviamente muy paternalista. Y en algún momento el padre dejó de estar, y aparece Carmen, la madre. Me acuerdo siempre de lo que contaba Cortázar con su madre, en otro contexto, la madre de Cortázar era traductora, igual que Carmen, pero nunca trabajó como traductora, Carmen por ahí sí, pero era abogada, se recibió de grande. Al ser una familia paternalista, con toda esa cosa de los nombres, del primogénito, todo ese campo de sentido alrededor, ellos en algún punto eran como los desplazados, los huérfanos. Esa idea de orfandad es fuerte también en su obra, Yo no pensé esas cosas, aparecieron en la escritura: la orfandad de los años de quiebre con la familia, la orfandad de la generación de los 70, la imposibilidad de ser padre. Hay algo ahí que dice algo, y que en algún punto, no sé si directamente, está en la literatura. Fijate que Plop no tiene padre.
Y tiene como eje central un nacimiento accidentado o atípico, De todas formas, también es una ritualidad que excede a los Pinedo, porque alrededor de Rafael está también el apellido Escardó, por Florencio, su abuelo, por el lado de Jorge está la filiación con Rodolfo Walsh, y hacía atrás aparece el apellido Acevedo y sus resonancias con Borges.
Está Saavedra.
Claro, la nominalidad es muy fuerte.
Y hay como un código, un ritual. Que acá un poco se fractura. No niegan el apellido, eso es importante, Pero hay algo de la fractura. Incluso Rafael con el hecho de no ser el primogénito, esto que cuento en el libro, él es el primer Rafael de todo el árbol genealógico formado por Jorges, Federicos, Enriques. Eso lo hace incluso más peculiar,
“Su personalidad era muy distinta a lo que es el lenguaje de Plop. Rafael era alguien afable. Ahí empecé a ver algo que me interesó. La conjunción de dos mundos distintos”
Ese es el lugar en la familia, una suerte de rara avis. ¿Cuál es su lugar en la literatura? ¿Es un autor de culto, un autor oculto? Inmersión se publica muy cerca en el tiempo con otra exhumación reciente a un autor oculto o perdido, como es Vida, obra y milagros de Marcelo Fox, de Matias Raia y Agustín Conde De Boeck. Pero Fox es quizás un epítome del escritor maldito. ¿Cómo definirías a Pinedo y en qué tradición o en qué lugar lo podrías ubicar?
Me cuesta pensarlo, así un poco contrafácticamente. Pero no es un excéntrico, si tomamos esas categorías tan difusas, tampoco un maldito ni un raro. Tendría como el lugar dentro del género, quizás hay algo que lo acerca a Elvio Gandolfo, pero Elvio tiene mucha producción. Me cuesta verlo ahí, como en un lugar específico. Gorodischer me decía que no había un antecedente notorio en relación con Pinedo, una novela así, por el uso del lenguaje, al menos en estas tierras, incluso me dijo que tampoco en Estados Unidos. Tampoco te diría que influenció después, es un autor muy peculiar. Bueno, Fox también, pero Fox es distinto. Pensá que son solo cuatro años. Es poco. Hoy tal vez una órbita posible podría girar en torno a Martín Felipe Castagnet. Pero también pasa que hoy ese género, la distopía, está un poco más explorado. Pienso en Agustina Bazterrica, en Quema, de [Ariadna] Castellarnau. Era un poco un escritor por fuera del espacio literario. Y que no tenía en claro ni ejercía tampoco los códigos de las intervenciones.
Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinedo
Mariano Vespa
Tren en movimiento
2021