Argentina, el péndulo y la tecnología

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En la última década la ciencia ocupó un lugar de peso en el debate político argentino. Entre el orgullo restaurador del kirchnerismo y la promesa de modernización macrista, los sueños de integración subalterna y el consecuente take-over del FMI sobre la política económica profundizaron el desfinanciamiento y la fragmentación del aparato científico y tecnológico, envuelto en el ya clásico péndulo político y económico nacional. Sin embargo, y pese a esa relativa centralidad, la ciencia fue, o bien defendida, o bien cuestionada, pero pocas veces pensada como parte de esa gran oscilación argentina. ¿Puede la ciencia y la tecnología contribuir a alimentar un modelo productivo que trascienda la trampa pendular de un país trabado a la hora de articular crecimiento, apertura y salarios? Fernando Peirano es economista, fue Subsecretario de Políticas del Ministerio de Ciencia y Tecnología y es uno de los referentes en materia de política científica, tecnológica y productiva del espacio que hoy lleva a Alberto Fernández como candidato a presidente. En esta entrevista con Bunker habla del péndulo, los recursos naturales, el corporativismo en la defensa de la ciencia, la necesidad de dominar la tecnología, el Brasil de Bolsonaro y la tendencia antiintelectual, la fórmula Fernández-Fernández y el desafío de hacer de la ciencia y la tecnología una herramienta para quebrar la restricción argentina.

 

Argentina parece condenada a un péndulo que oscila entre un modelo que prioriza los salarios y el mercado interno para crecer y otro que se abre al mundo y no crece. ¿Qué puede aportar la ciencia y la tecnología en este contexto?

Es una buena definición la del péndulo. Vos tenés un sistema de seguridad social, unos niveles de consumo, y eso tendría que ser consistente con una estructura productiva que genere riqueza. Pero pareciera ser que hemos tenido gobiernos que han podido atender solo una de estas dos caras. Gobiernos que han ampliado derechos pero que no han sido efectivos en mejorar la productividad y tener un perfil exportador. Y gobiernos que han venido a plantear que esta incongruencia habría que resolverla bajando derechos. Ahí lo que hay que hacer es ensamblar esas dos aristas.

 

¿De qué manera?

Me parece que Argentina tiene una serie de particularidades que te permitirían hacer eso. Somos un país con una dotación de recursos naturales más o menos interesante. No somos Australia ni Canadá pero estamos en mitad de tabla en términos de indicadores. A su vez, tenemos una trayectoria industrial importante. En términos de PBI industrial per cápita estamos en el tope de América Latina, sólo superados por México. Y tenemos también una tradición muy importante en ciencia y tecnología. Tenemos más investigadores como proporción de la Población Económicamente Activa que cualquier otro país de América Latina. Y lo tenemos, además, muy diversificado. De cualquier tema tenés al menos algún grupo. Ahora, lo que no hemos logrado es ensamblar estas tres cosas. Tener recursos naturales, producción y conocimiento trabajando en tándem.

 

¿Y cómo podría producirse ese ensamble?

Esto es como el cubo mágico: si te planteás hacerlo cara a cara no vas a avanzar, hay que resolver en las tres dimensiones al mismo tiempo. Y esto exige una nueva mirada de la política. Muchos países sufren lo que se conoce en la literatura como la trampa de los ingresos medios. En las primeras etapas de crecimiento es mucho más fácil dinamizar la economía pero después tiende a empantanarse si no hay transformaciones estructurales. Y eso pasa en muchos países, no es una excepcionalidad nuestra. La restricción argentina es primero de estrategia y luego de recursos.

 

Es decir que gran parte de esta trampa pendular supone un desafío principalmente político.

Sí, y de capacidad de constituir un Estado competente y coherente. La generación del 80 armó un Estado coherente con su proyecto y la oportunidad de esa época. Quizás podemos discutir el proyecto pero fueron eficaces. Perón fue otro que logró un Estado coherente para su proyecto. Pero después de esas experiencias hemos tenido un Estado más bien residual de estos impulsos. Durante el kirchnerismo, en temas productivos, de innovación, de ciencia y tecnología, los programas más sofisticados, que proponían dispositivos más interesantes en cuanto a articulación y objetivos, llegaron sobre el final, casi sin tiempo de consolidarse y con una macroeconomía sin impulso.

“La restricción argentina es primero de estrategia y luego de recursos”

Mencionaste el tema de los recursos. ¿Cómo pensar “el campo” en un proyecto más inclusivo?

Es una pregunta que abarca a todos los recursos naturales, no solo al agro. ¿Qué hacer con Vaca Muerta? La verdad es que podés ser un exportador y un productor de materias primas y avanzar en algún grado en el valor agregado de esas materias primas. Pero hoy el corazón de los beneficios lo tiene quien controla la tecnología de eso. En la medida en que no tengas un dominio sobre esa tecnología estás en una posición de vulnerabilidad. Hoy básicamente el desarrollo se describe en los grados de libertad que tenés para llevar adelante un proyecto social en un mundo muy interrelacionado.

 

¿No es posible una “inserción en el mundo” sin un dominio de la tecnología?

Los argentinos queremos vivir en un mundo interconectado, pero hay que llevar esos intercambios de manera tal que nuestro margen de acción se amplíe. Sobre el campo lo que hay que pensar es de qué manera construimos dominio sobre ese paquete tecnológico. Esa es la discusión, no el impuesto a la tierra ni las retenciones. Hoy están los desarrollos de Raquel Chan con el trigo resistente a la sequía, por ejemplo. Eso es un trabajo de ciencia básica que puede tener una patente, que puede representar entre 300 y 400 millones de dólares, pero que es muy difícil licenciar y cobrarlo. Hoy se está eligiendo el camino de asociarse con Bioceres para producir semillas y vender la producción de eso. Me parece que es un tema crucial y hay que pensarlo como un sistema.

 

¿Cuándo hablás de tecnología pensás solo en aquella ligada a los temas productivos?

No. Esto pasa igual en el mercado laboral. Las apps, por ejemplo. Hay que discutir las condiciones regulatorias para que sus beneficios no le supongan a los trabajadores una condición de precariedad. Porque si no el progreso no tiene ningún impacto de inclusión ni de justicia social. O con algunas fintech. Bancarizo fácil con una aplicación al que no lo pudo hacer y le cobro una tasa usuraria. Ese avance tecnológico no es el que termina prevaleciendo en la historia. Ahora, para disputarlo tenés que tener cartas, tener un sistema científico y tecnológico que entienda estos recovecos y que puedas proponer alternativas o modificaciones. Lo que pasa es que hacer esto lleva a políticas sofisticadas, no de trazo grueso.

 

¿A qué te referís con políticas sofisticadas?

La sofisticación empieza por reconocer la diversidad de las agendas. No es lo mismo la agenda científica que la tecnológica, que la de las tecnologías con relevancia geopolítica, o que la de innovación y difusión. Esto es un primer paso necesario. Esta sofisticación no está en el proyecto de Lino Barañao. Y si está, en todo caso, es por el lado de la exclusión. Creo que en un punto decidió no meterse con la agenda de innovación productiva ni con la de las tecnologías sensibles geopolíticamente y esto representó un techo para su proyecto en ciencia y tecnología. Decidió recortar su alcance para estar en un territorio un poco más cómodo. Y también ha sido un proceso muy centrado en las personas y poco en las instituciones y los sistemas.

 

De todas formas, sin la constitución de un Estado coherente una buena gestión en el MinCyT tampoco es suficiente.

No veo a la ciencia, por sí misma, como una locomotora del desarrollo en Argentina. La veo como un motor potente para darle viabilidad y sostenibilidad a quien proponga esta transformación más profunda en términos de desarrollo. Y en ese sentido creo que el próximo hito es armar un sistema tecnológico, que en algún punto se apoyará en el sistema científico y en otros aspectos tendrá sus propios pilares. Tenemos un sistema de ciencia, pero el sistema tecnológico lo tenemos mucho menos desarrollado.

 

Ahora, encarar la discusión en términos de tecnología e innovación implica sentarse a hablar con el sector privado. ¿Cómo ves ese puente posible entre política y empresas?

Hacer tecnología es caro y riesgoso. Por eso la discusión es cómo va a tener respaldo esta agenda. Y el respaldo tiene que estar en la política, en el sentido de pensar qué le va a dar esto a la Argentina. Pero eso requiere de planificación, de más centros tecnológicos, de una trama de sutiles diferencias institucionales pero que son los que viabilizan que el conocimiento vaya y vuelva. Porque hay conocimiento en la producción que se tiene que recrear en lo tecnológico. Y hay tecnología que tiene que impactar en lo productivo y social. Con lo cual ahí hay un desierto a cubrir. Y no hay que cubrirlo con personas. No es que hay que pedirle a un becario del CONICET que llegue con un proyecto que diga cómo va a impactar en el sector productivo. Que es la forma en que se entendió un poco lo estratégico en estos años. Se le reclamó al eslabón más débil, al que tiene que atender un montón de urgencias, que además sea un genio que proponga un impacto o que genere dólares.

¿Por qué te parece que es tan complejo instalar estos temas dentro de las usinas políticas, tanto del macrismo como del peronismo?

Si recorremos el arco político con alguna frase que resuma esto vamos a tener un porcentaje de adhesión enorme. El problema es el compromiso y la complejidad. Y que a medida que avanzás aparecen los conflictos. El macrismo puede convalidar estas ideas, pero después cae en la destrucción de las instituciones del Estado y en endiosar una figura de emprendedor irreal. Que no es ese investigador en formación al que le pedimos tanto, que intenta nadar contra la corriente, instalar algo contrario al sentido común y que no tiene mercado, ni financiamiento ni capacidades empresariales. La idea del emprendedor que trajo el macrismo –casi como antítesis de ese científico del CONICET– también habla de una vulnerabilidad extrema, tanto del científico, como del emprendedor. Ahogados y con la responsabilidad de cargarse al hombro el desarrollo científico y tecnológico nacional.

 

No están las tan mentadas “políticas de Estado”.

Todos hablan pero nadie pasa a la acción. Los sistemas de ciencia y tecnología son formidables sistemas de transferencias de recursos, pero tienen que ir asociadas con evaluaciones fuertes. Hasta el 2015 se le ha dado subsidios a 6000 empresas. Nunca se las convocó para preguntarles: “¿Pueden exportar esto que han desarrollado?”. No. ¿Qué hace el macrismo? En lugar de discutir, corta los Aportes No Reembolsables, elimina el Fonsoft. Desmantela capacidades del Estado que son muy difíciles de construir. Las nuevas leyes de promoción industrial que incluyen mucho de la retórica de la innovación y el conocimiento se centran solo en exigencias estáticas hacia las empresas. Solo se mira al comienzo del proceso si cumple o no con ciertas condiciones pero no se las induce a incrementar su inversión en I+D a lo largo del tiempo o a incrementar las exportaciones. Así termina por ser más una reforma tributaria que un sistema de promoción. Con lo cual –de nuevo– me parece que queda lindo, que hay que hablar bien de ciencia y tecnología, pero después, al momento de los compromisos, o hay limitaciones o directamente hay contradicciones y todo termina en otro camino o en otra agenda.

 

Formás parte del equipo que asesora a Alberto Fernández. Al analizar la situación del país y la propia caracterización que hizo Cristina al lanzar la fórmula, queda claro que 2020 será un año complejo en lo económico. ¿Se puede pensar sinceramente en una recomposición del sistema de ciencia y tecnología con un hipotético nuevo gobierno peronista en este contexto?

Me parece que la fórmula Alberto Fernández-Cristina Kirchner abre una nueva oportunidad para que la ciencia y la tecnología sean ejes principales del proyecto de desarrollo. Justamente durante estos años del gobierno de Macri la ciencia y la tecnología estuvieron atravesadas por tres crisis: una presupuestaria, una institucional y una crisis  –que hizo más difícil cada uno de estos aspectos– de sentido. El para qué hacer ciencia en Argentina, por qué tener tecnología, parecían preguntas sin una respuesta desde el Estado. Esta fórmula me parece que rápidamente cubre esa expectativa y le vuelve a dar sentido. Y a partir de ese nuevo sentido, ese eje central en el proceso de desarrollo, van a poder resolverse los aspectos de financiamiento y orden institucional. Así que creo que es una oportunidad renovada y potente para ir más allá de lo que se había llegado hasta 2015. Poder avanzar en la constitución, no solo de un sistema de ciencia, que es reconocido y es motivo de orgullo, sino también de capacidades propias en tecnología que fortalezcan a nuestro entramado industrial y resuelvan los problemas económicos y sociales.

“Hoy el corazón de los beneficios lo tiene quien controla la tecnología. En la medida en que no tengas un dominio sobre eso estás en una posición de vulnerabilidad”

Más allá de lo económico, también hay un momento social complejo para la ciencia. Hablás del “para qué” y en el mundo, y más cerca nuestro en Brasil, se vive una etapa que es casi pre-iluminista. Se habla de hechos que no son verdad, se los instala en la agenda, en los ministerios, hay un resurgimiento muy fuerte de los fundamentalismos religiosos. Y más allá de que en Brasil el presupuesto en ciencia hace tres años que cae, el discurso es antiintelectual. ¿Cómo ves este momento histórico para la ciencia?

Creo que la tendencia de muchos países va por ese camino, pero no sé si sirve para caracterizar a Argentina. Acá la educación es pública. Y es un reclamo. El macrismo en su momento inicial planteó algo que creo que no tuvo el eco que ellos esperaban. Planteó que el pensamiento crítico era uno de los problemas de los argentinos. Y que por eso nos iba mal. Un poco sondeó eso. Si la Argentina mantiene estos principios podemos estar al margen de ese proceso global. Ahora, también es cierto que esto nos tiene que llevar a reflexionar acerca de las estrategias de defensa de estas agendas. Creo que los científicos algunas veces se quedan en el reclamo corporativo y terminan por sugerir un acuerdo tácito, una transacción entre “dame presupuesto”, a cambio de brindarte premios, prestigio, buenas noticias. Y si estos logros no forman parte de un contexto más amplio de transformación productiva y social es una transacción que cuesta sostener en el tiempo, y mucho más en tiempos de crisis. Tener un sistema de ciencia y tecnología exige de cierto contrato social, que te brinde recursos y tiempo, que te permita soportar fracasos y errores, y brinde referencias para superar los conflictos que el progreso tecnológico encierra. El acuerdo tácito que impone la dinámica presupuestaria es muy endeble y limitado. Hay que pensar cómo expandir esto. Y creo que hay dispositivos para pensar.

 

¿Cómo cuáles?

Creo que el presupuesto de ciencia y tecnología no tiene que ser únicamente el presupuesto del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Salud, transporte, educación, energía, entre otros, también tienen que tener áreas y presupuesto en I+D. El Ministerio de Ciencia y Tecnología lo que tiene que hacer es garantizar que esos fondos tengan una lógica, donde los fines sean coherentes con los medios y que eso se articule con las capacidades que tiene el país.

 

Como una suerte de red intraestatal de I+D.

Pero para eso, a su vez, necesitamos un nuevo Ministerio, para jerarquizar y reagrupar al área estatal de Ciencia y Tecnología. Que tiene que ser alentada con un presupuesto plurianual que responda a una regla asociada al desempeño del PBI. En los años de crecimiento, los fondos públicos en ciencia y tecnología deberían crecer a un ritmo que triplique a la tasa de incremento del producto. Y en los años de estancamiento o recesión se garantiza que no haya recortes. Esto es fundamental, como también impulsar la creación del Estatuto del Investigador y una nueva ley de promoción de la innovación. Un plan “tengamos 10 INVAPs”. Me parece que hay dispositivos a generar desde lo estatal. La defensa corporativa puede retrasar un poco los ataques, pero no lo resuelven. Quizás me equivoco. Quizás parte del macrismo es la expresión de cambiar esto, Y si lo logran nosotros también vamos a estar en problemas. ¿Qué es estar en problemas? Hay veinte, veinticinco países que pueden decidir su propio destino. Y el resto acompaña. Argentina tiene que decidir dónde se va a ubicar.

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Last modified: 1 julio, 2020

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