Iago Moreno es sociólogo por la Universidad de Cambridge. Escribe sobre tendencias digitales en Jacobin Magazine, VICE España y Revista Contexto, entre otras publicaciones. Su trabajo sobre los ecosistemas digitales se cruzó con sus intervenciones políticas: diseñó estrategias digitales para las campañas de Íñigo Errejón, colaboró con equipos del MAS en las elecciones bolivianas de 2019 y compuso bandas sonoras para campañas de diferentes partidos y sindicatos. En la actualidad forma parte de El Observatorio, un laboratorio de ideas, y de La Trivial, una revista de divulgación teórica y cultural. En esta última publicó un artículo titulado “TikTok y los nuevos fascismos”, en el que bucea sobre la irrupción de la plataforma china y la sobreadaptación a esa red por parte de la derecha global. A continuación, Bunker reproduce una conversación del español con el consultor en comunicación digital Lucas Malaspina vía streaming. ¿Representa TikTok un nuevo lenguaje de masas?
Empecemos con una recapitulación del texto.
Hay un cambio en la fuerza y el peso que tienen las distintas redes sociales. Desde la irrupción de Twitter que no se veía una aparición tan contundente y en un lapso de tiempo tan corto. TikTok logró penetrar con mucha fuerza en segmentos de clase, o en lugares geográficos del mundo, donde redes tradicionales como Facebook o Twitter tenían muy poca capacidad de llegada. Por ejemplo, en las castas más bajas de la India, en las comunidades religiosas de todos los puntos del globo, incluso en pueblos originarios hemos visto la llegada de TikTok con una rapidez pasmosa. Esto tiene mucho que ver con las posibilidades que brindan los algoritmos para conectar gente con intereses y discursos similares, y con las herramientas que le da la gente para crear y expresarse de formas nuevas.
Escribiste que el resultado de eso es una democratización de la creación de contenidos.
Si, que puede dar vuelta a la política, como vimos en el acto de Trump boicoteado por tiktokers. Lo vimos también en la facilidad con que se adaptaron a una red centennial determinadas fuerzas de extrema derecha que aparentemente no tenían que ver con ese universo tan joven. Incluso lo vimos a un nivel mayor en las elecciones bolivianas, donde un equipo de voluntarios del equipo del MAS tuvo la genial idea de alentar a la juventud opositora a Añez a expresarse a través de esta red y desbordar la campaña. Este caso es importante, porque en la discusión política boliviana Twitter es un solar vacío, y TikTok ya era importante desde las elecciones anteriores.
“TikTok influye en un proceso de la comunicación política, que es la memetización. Es más fácil que la gente se exprese a través de elementos visuales compartidos, vinculados a culturas que ya conoce y TikTok es el máximo exponente de esto. Uno habla a través de audios, de cortes de canciones, bromas, bailes. Esta es la comunicación memética.”
En países como Argentina se está atento al uso dado a la aplicación por algunos dirigentes políticos, como la ex ministra de Seguridad de la Nación Patricia Bullrich. No es tan fácil para una figura política oficial tomar un rol en TikTok.
Definitivamente no es fácil si hacen lo que hizo Bullrich: bajarse la aplicación porque la tienen tus nietos y ponerte a hacer lo primero que se te ocurre. Me puedo imaginar el enojo de sus community managers por que los videos dieron la vuelta al mundo por su ridiculez. Han habido adaptaciones muy asombrosas a TikTok, no tengo muy claro dónde están los límites. Los evangélicos, entre otras muchas comunidades religiosas, se han adaptado muy bien a esta red. Podemos señalar el caso de la extrema derecha italiana, pensemos que Mateo Salvini tiene la página de Facebook con más seguidores de toda la política europea. Él se ha adaptado sin dar más cringe del que ya daba. El cringe es una estridencia social, que surge cuando los códigos culturales no cuadran entre sí, entran en cortocircuito. Tenemos una percepción muy equivocada de lo que es el cringe porque tendemos a universalizar los sentimientos que tenemos, y no nos damos cuenta de que TikTok es una red muy de nicho. Esto genera que nunca te puedas adaptar del todo, porque vivimos en un mundo transmedia.
¿Cómo usa TikTok la política española? ¿Qué creés que puede pasar en Argentina?
TikTok influye en un proceso de la comunicación política, que es la memetización. El término meme viene de la antropología y se refiere a esas cosas que aprendemos a través de la imitación. Cuando hablamos de memes en comunicación política, hablamos de comunicarse pivotando entre referencias culturales compartidas. Es más fácil que la gente se exprese a través de elementos visuales compartidos, vinculados a culturas que ya conoce. TikTok es el máximo exponente de esto. Uno habla a través de audios, de cortes de canciones, bromas, bailes. Esta es la comunicación memética. Durante la campaña en Bolivia, el MAS utilizó un recorte de una canción y una coreografía muy popular para instalar una consigna a su favor. Consiguieron viralizar un mensaje que los llevó a construir un jingle de campaña. Esto es lo que propone TikTok, la radicalización de la comunicación memética.
Parte de tu trabajo tiene que ver con la música en la política. Con TikTok dentro del juego, ¿qué coordenadas puede jugar la música en una campaña electoral?
Pienso que habrá una nueva política de los cuerpos. En nuestro mundo contemporáneo, el baile va a cobrar nuevas significaciones sociales. Creo además que va a haber un rebrote con TikTok, y eso va a influenciar claramente a la política. Va a haber que crear coreografías para las campañas electorales como los lipdubs, pienso en el Macri Ya Fue de la campaña de Matías Lammens. Hay una comunicación coreográfica que va a saltar de la política a TikTok. Es un proceso que conviene estudiar. Tiene que ver con asumir que a veces el formato en esta economía de la atención es más importante que el contenido, y si eso es una tarea militante más, entonces hay que volcar esfuerzos concretos.
Sería buscar a los productores de contenido que ya trabajan en eso, porque es su espacio natural, y traerlos al terreno político.
Si. En Argentina, que es un país con una gran densidad militante, están muchos pasos por delante. Fuera de aquí, es muy difícil crear este tipo de procesos, y va a ser una batalla fundamental, sobre todo para quienes no pueden contratar los servicios de empresas de publicidad que posicionan contenidos creados artificialmente como si fueran una expresión genuina y que nunca lo son, como pasa con la extrema derecha. Me da la sensación de que a la derecha de este país le va a costar rejuvenecer como en 2015. Les va a costar tomar aliento, pero por ejemplo recuerdo a Espert jugando al Fortnite en su última campaña. Al final, son las mismas redes internacionales las que están detrás de las asesorías comunicacionales en la extrema derecha. En España tienen en TikTok su propia burbuja, sus propios creadores de contenido que producen memes con mayor llegada que la izquierda. Su próximo objetivo es el mundo de los videojuegos. Por ejemplo, una de las mayores ambiciones políticas de Bolsonaro es entrar en el mundo del manga y los videojuegos. Lo está haciendo arrolladoramente.
Hay un crecimiento de la derecha por fuera del PRO, con una mejor relación con el lenguaje de TikTok. Por ejemplo, Milei y Espert tienen una relación mucho más cercana con las nuevas redes, con el mundo gamer, con la memética.
Acabo de googlear a Milei y me tope con la foto de él disfrazado de capitán libertario en una convención de comics. Esto es el cringe de lo que hablábamos. Aquí también hay un eurodiputado polaco que se disfraza y tiene una gran llegada a la juventud de extrema derecha. Puede parecer que es solo un señor mayor disfrazado, pero entre sus bases tiene un gran éxito.
“Hay que traer a colación un debate: cómo construimos la soberanía sobre los datos, y si tenemos la posibilidad de crear redes sociales propias.”
Para salir de Latinoamérica, contanos sobre tu trabajo de documentación del desarrollo de las Fuerzas de Defensa de Israel.
Hay que observar que hay grupos terroristas de toda índole que ofrecen mods de videojuegos para que sus seguidores experimenten la sensación de formar parte de sus filas. Pienso en ISIS o los mods del GTA que permiten hacer misiones en Aleppo como si fueras un terrorista. En un mundo así, es evidente que los estados van a explorar todo tipo de experiencias comunicativas, más cuando están sometidos a esos niveles de presión. En ese sentido, el Estado de Israel ha tenido siempre una política muy ambiciosa en términos de comunicación digital. Una cosa es comunicar procesos de recesión económica o inflacionaria, y otra es comunicar atentados diarios en tu territorio, o ser cuestionado por la mitad del mundo por llevar a cabo prácticas de terrorismo de estado. Esto los ha llevado a hacer las exploraciones más locas, hace unos años ya hacían lipdubs o coreografías colectivas; hace poco sacaron su cuenta oficial de TikTok con un mensaje de presentación que decía: “TikTok…Boom!”. Cuando las fuerzas del Servicio de Defensa de Israel crearon su cuenta de TikTok, esta red social ya era la más popular entre las fuerzas armadas.
Frente a esta situación, ¿qué deberían hacer los movimientos populares o de izquierda?
No deberían limitarse a cálculos cortoplacistas, ni tampoco dejarse llevar por las tendencias, pensando que llevan a una cima. Actualmente, quien mejor plantea este tema es Zeynep Tufecki, una autora turca que escribió el libro Twitter y gas lacrimógeno: el poder y la fragilidad de las protestas. Allí plantea que en determinados contextos históricos, una marcha era lo máximo a lo que podían apostar los movimientos sociales, porque requería coordinar los esfuerzos de diferentes grupos políticos, mientras que hoy en día, ser tendencia en Twitter o hacer una campaña viral en TikTok es una forma ansiosa de pensar que tienes un papel en la sociedad. Eso es lo que me preocupa con TikTok.
¿Por qué?
Es tan nueva, tan atractiva y divertida, que a lo mejor nos pasamos de frenada y mantenemos a militantes gastando la cuarentena en hacerse cuentas virales de TikTok, en lugar de construir herramientas para repartir comida, asistir a gente mayor…
Se trata de no hacer de la comunicación digital la única herramienta, ni siquiera la principal. Sin embargo, siempre hay que tener un ojo en la conversación, para entender cuándo puede ser útil en respaldar una organización. En ese sentido se puede pensar lo sucedido en las elecciones de Estados Unidos. Con la lucha geopolítica como trasfondo, que tiene a ByteDance (empresa propietaria de TikTok) en el centro de la discusión, con Trump exigiendo la venta de esa empresa y el fallido acto de campaña. ¿Qué reflexión podés hacer?
Toda esa vinculación que hizo Trump, diciendo TikTok es China, es una geopolítica del mundo virtual. La geopolítica normalmente es una batalla por controlar aquellos puntos de la Tierra por el cual fluyen mercancías o recursos humanos. Eso es lo que le da un valor político a la cartografía. Aunque no podamos pensar tan fácilmente al ciberespacio, sí podemos imaginar que controlar el flujo de datos es una manera de ver la geopolítica en este terreno. Si yo con mi propia computadora me puedo descargar doscientos mil tuits para saber cuales son todas las facciones que han participado en una campaña electoral, si con esos datos puedo calcular las fracciones internas de un partido según sus interacciones en los últimos cinco días, si todas estas cosas las puede hacer un joven de veinte años con un ordenador desde su casa, imaginate lo que puede hacer el estado de la República Popular China. Ahí hay claramente una disputa geopolítica. Creo que hay que traer a colación un debate: cómo construimos la soberanía sobre los datos, y si tenemos la posibilidad de crear redes sociales propias. Aquí en España había una red social que se llamaba Tuenti. Creo que se puede avanzar hacia redes regionales de la mano del proceso de reintegración latinoamericana. Redes propias, con algoritmos democráticos y cortafuegos que limiten las fake news. Ahí está el desafío.