“Los feminismos contienen la luna y el lado oscuro de la luna”

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A instancias de un hito como el Día de la Mujer y reconvirtiéndolo a partir de todas las discusiones dadas desde 2015 con Ni Una Menos, llega este 8 de marzo el Paro Internacional Feminista Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y No Binaries, una jornada para visibilizar una agenda de todo el año: la relacionada con las diferentes violencias de género, la visibilización de las distintas formas de trabajo y las discusiones políticas alrededor de las luchas cotidianas de los feminismos en Argentina.

Durante los viernes de febrero, se realizaron en la Mutual Sentimiento las Asambleas preparatorias, en las cuales se definieron medidas de lucha, consignas y se elaboró el documento que se leerá en el acto central. El 8M de este año cuenta con un Acampe Feminista, el tercer paro internacional consecutivo y la marcha desde el Congreso hasta Plaza de Mayo. Las discusiones que se dieron en las Asambleas quedaron condensadas en el nombre de la actividad. Primó la posición inclusiva respecto de las identidades, y la reivindicación de una genealogía no biologicista y no esencialista.

Florencia Angilletta es profesora y licenciada en Letras (UBA) becaria doctoral del CONICET y coautora, junto a Mercedes D´Alessandro y Marina Mariasch, del libro ¿El futuro es feminista? (Capital Intelectual). Sobre las discusiones y desafíos en torno a los feminismos, la mal llamada “belleza hegemónica”, la tensión entre lo político y lo privado, el papel del escrache, la politización, la peligro de grieta y la posibilidad de preservar un “patio de atrás” en medio de la era de la mediatización de la intimidad conversamos con ella en esta entrevista.

 

¿Cómo definirías al momento actual de los feminismos en Argentina? ¿En qué estado de la discusión y de la lucha creés que llegan a este nuevo 8M?

Creo que estamos en un momento paradojal. Por un lado, 2018 fue un año clave para los feminismos en la Argentina. Fue un año de muchísima capitalización, en buena medida organizada en torno a la campaña por el proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo, un proyecto que desborda la demanda concreta y articula con una serie de demandas mucho más amplias, algunas institucionales, como la aplicación de la ESI, y otras sociales y políticas. Pero si bien fue clave –y por lo menos para mi generación tal vez haya sido “El” año–, lo cierto es que la ley no salió. Y ahora ante un año complejo, especialmente por ser electoral y por estas circunstancias económicas, hay que ver cómo esas fuerzas pueden reagruparse. En este sentido, se está pensando cuál es el mejor proyecto de ley que puede presentarse; no “el mejor” en sí sino el mejor en este escenario político y cuáles son las articulaciones para nuestras vidas y prácticas cotidianas.

 

Una estrategia para un año complejo.

Eso por un lado. Por el otro, y en paralelo a esta organización en torno a la IVE, existe otra discusión, quizás más conceptual, que tiene que ver con los sujetos políticos del feminismo, que se instaló entre un feminismo más trans excluyente y otro trans inclusivo. No sólo trans, sino dar la disputa por el reconocimiento de las identidades lesbianas, travestis, trans, no binaries. A eso se le suma una tercera cuestión, que es esta tensión entre plurinacionalismo e internacionalismo, que ya venía desde el Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en Trelew. Y por último, las discusiones políticas partidarias clásicas y cómo replica eso en un espacio político, como una asamblea, donde muchas somos feministas pero a la vez tenemos otras identidades políticas.

 

¿A qué creés que se deben estos debates que han ido creciendo en las últimas asambleas? ¿Es un efecto de la masividad o es la confluencia natural de una serie de debates históricos?

Me parece que los feminismos en Argentina –y en el mundo-– estamos en un momento que también es paradojal, y que tiene que ver con un momento de cornisa. Por un lado la masificación es un insumo político para dar una pelea y poder avanzar hacia todas la cuestiones que nos proponemos. Y a la vez, contiene el riesgo de la mediatización, que es casi un relato de época. Cada vez que una lucha o sujeto entra en el sistema de medios, en el sistema de identidades políticas, aparece toda una serie de potencias y de complicaciones, y hay que ver qué ocurre en cada uno de los casos. Por ejemplo aparecen estas disputas del estilo “una marca tomó el feminismo”, “el feminismo vende”, “el pañuelo verde se vende en un negocio”. Creo que no se pueden hacer rápidas respuestas de “sí o no”, como si de un solo lugar estuvieran las estrategias políticas y del otro las banalidades. Hay que pensar en contexto, como pasa con cualquier política. No es exclusivamente del feminismo. Antes, cuando los feminismos no estaban en tapas, discutíamos otras cosas, cómo ampliar. Ahora que estamos en tapa, creo que aparecen tensiones.

 

¿Cómo cuáles?

Hay algo que me parece un lugar complejo y que supone un debate aún mayor: nuestras vidas. Eso también es una complejidad que es propia de algo que apunta hacia un cambio de subjetividad. Me parece muy importante no moralizar. Las discusiones, incluso aquellas que atañen a nuestras formas de vida, son discusiones políticas y no morales. Hoy parece que es el imperio de la vida privada porque la deconstrucción al lugar último al que apunta es la vida privada, y aparece un problema político en torno a cómo eso se procesa socialmente cuando nuestras vidas son políticas pero también tienen que seguir siendo privadas. Es una tensión que todavía tenemos que pensar en relación a los feminismos. La ley de educación sexual, por ejemplo, es un lugar paradojal. El Estado se mete en lo más íntimo que tenemos los sujetos, que son nuestras vidas sexuales, pero que a la vez es materia de Estado, de ciencia, de educación. Es una tensión, me parece, irresoluble, pero de la que nos tenemos que hacer cargo. Y, al menos, como un punto de partida, no moralizar. Porque sino, todas son oprimidas menos yo y las que piensan como yo.

“La deconstrucción al lugar último al que apunta es la vida privada, y aparece un problema político en torno a cómo eso se procesa socialmente cuando nuestras vidas son políticas pero también tienen que seguir siendo privadas”

Mencionaste las tensiones del año electoral y las discusiones partidarias. ¿Cómo se inscriben los feminismos en la política tradicional? ¿Participan dentro de ella o suponen un fenómeno político particular, con otro tipo de articulación con “la política”?

Feministas han habido en todos los espacios políticos, digamos desde Alicia Moreau de Justo en el socialismo –que es hora de dejar de decirle “de Justo”, como a todas las que nombramos con el apellido del marido– o Clotilde Sabattini en el radicalismo, y en el peronismo, no sólo Eva Perón, sino el partido peronista femenino y muchas primeras damas que por primera vez en la historia empiezan a ser políticas y no sólo esposas de. Y por supuesto, todos los símbolos que siguen. Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, las piqueteras que empiezan con Teresa Rodríguez, y después Ni Una Menos, y Cristina Fernández de Kirchner, que es la primera mujer electa presidenta. Lo que caracteriza al feminismo es la transversalidad, esto que se cruza con distintos espacios políticos. Y cada una de las leyes que en la Argentina fueron hacia los feminismos, hacia a la comunidad LGTBI, siempre se ganan de manera transversal. No hay un partido que lleva una agenda feminista, no existe el partido feminista en la Argentina. Lo que existe son feministas transversales en distintos partidos y organizaciones, lo cual le da al feminismo un pulso político distinto. Por ejemplo, lo que pasó con el caso de la ley de la IVE pero que también había pasado en su momento con la ley de matrimonio igualitario, identidad de género, la ley de divorcio. Esto, por supuesto, no está exento de paradojas. El cruce entre feminismo y política es muy complejo. Lo que sí es cierto es que los feminismos están transformando la política en Argentina.

 

Antes hablábamos de disputas que surgen a partir del feminismo y una de ellas tiene que ver con la idea de belleza y la mirada del otro en la construcción delas mujeres.

A mí me gusta salir bien en las fotos, como a cualquiera, y eso no es necesariamente belleza hegemónica, o que me organizan el deseo o el pudor a la hora de vestirme. No estoy sola en el mundo. Siento que hay un problema en relación a la organización social, a las tramas de lo social. Y un problema también en relación a qué es el pudor, qué es lo sagrado. Hay un problema en no poder aceptar que la conflictividad social, de alguna manera, organiza las vidas, y eso no necesariamente siempre es un conflicto a leer en clave de género. A veces es un conflicto que incluye al género dentro de un montón de claves y que forma parte de la vida civil. Creo que el género es una llave para pensar, pero no es una sopapa que te comprime en la realidad, sino que te la amplía. Porque, aparte, cuando a veces las realidades requieren leerse en clave de género, se pierde fuerza al leer en clave de género cuestiones como la vestimenta, donde está el género, sí, pero también una serie de codificaciones sociales que son mucho más amplias respecto de qué es la ropa de vestir, qué es la ropa para trabajar, qué es la ropa para seducir.

 

¿No se puede leer la totalidad social en clave de género?

El género es algo que te cambia la vida y es transversal. No es que yo ahora tengo género y después no. Pero también siento que, como la vida social es conflictiva, en la política hay que ir por lo que se pueda, pero en la vida yo voy hasta donde de verdad puedo ir. Cuando una actriz de Hollywood sale enuna foto en apariencia rebelde y dice “a cara lavada”… a cara lavada vos, yo cuando tengo que ir a laburar no voy a cara lavada. Son tensiones o hasta contradicciones que nos atraviesan.

 

De ahí también la idea de “feminismos”, en plural.

Creo que asistimos a un montón de grandes paradojas políticas en esta forma del capitalismo, en esta organización que estamos teniendo de la política, donde el feminismo refracta, acompaña, reversiona. Asistimos a una fantasía de liberación, una etapa como de transparencia y, por otro lado, uno está todo el tiempo haciendo cálculo del sí mismo, mayor que en otro momento. Entonces esos juegos que pasan en la política, también refractan en los feminismos, en las formas de seducción. Hay una cierta paradoja entre un movimiento político que nos quiere transformar las vidas, el feminismo, que nos dice que lo personal es político, y un dispositivo de encuentro de citas absolutamente biométrico y calculado como Tinder o Happn. ¿Cómo se cruzan esos cálculos? Me parece que es una pregunta, no es que haya una respuesta, pero al menos hay que hacernos cargo de que nadie está afuera. Nadie está afuera de Tinder, ni de los códigos sociales de vestimenta, ni de buscar la mirada del otro, ni del conflicto emocional que implica estar vivo. Me parece que tenemos que redefinir qué significa que “lo personal es político”, en términos de dar toda la política que se pueda y a la vez entender que hay un espacio y una vida privada cuya gestión, de alguna manera, queda desligada del orden del Estado.

 

¿Preservar cierto espacio de lo privado?

Si todo es política, nada es política. Esto no lo dijo el feminismo, forma parte de las tradiciones políticas. Ahora bien, lo que sí creo es que cuando mejor funcionan los feminismos es cuando hacen esos cruces entre el palacio y el glitter. Cuando es el bombo y el pañuelo verde. Me parece que ahí pasan cosas. En ese sentido, creo que hay mucho que aprender de la tradición que tenemos en la Argentina de la política de derechos humanos, con los cruces que ha producido entre estética y política, entre viejas y nuevas formas, usando la política tradicional pero corriéndose. Me parece que es un ejemplo de qué es la transversalidad política y cuáles pueden ser esos cruces entre comercio, estética, política, masividad, ciudadanía y clase media.

“El género es algo que te cambia la vida y es transversal. No es que yo ahora tengo género y después no. Pero también siento que, como la vida social es conflictiva, en la política hay que ir por lo que se pueda, pero en la vida yo voy hasta donde de verdad puedo ir”

¿Existe el peligro de que los feminismos, sobre todo en un año electoral, lleven estas discusiones al nivel de la “grieta”, del estilo celeste versus verde, religioso versus feminista?

Creo que los feminismos estamos, como cualquier otra expresión política, inscriptos en una política de grieta que atraviesa a la Argentina. Para poder darnos otras respuestas hay que cambiar la conversación y para cambiar la conversación hay que hacernos otras preguntas que sean profundamente políticas, que quieran transformar profundamente la realidad pero que no se agoten en las lecturas o en las operaciones de grieta. En ese sentido, los medios tienen lugar. Cada vez que hay una discusión política y la pasás por los medios, sale una grieta. Con los pañuelos pasó eso, la construcción mediática “pañuelo verde-pañuelo celeste”. Para no contribuir, no hay que seguir hablando de grietas. Hay expresiones que son distintas y que forman parte de genealogías diferentes. Ahora, hay otro riesgo también, para la política y para los feminismos, y es que hay que cambiar la conversación, pero eso no necesariamente se reduce a un llamado a la unidad del estilo “vengan y unámonos”. Las unidades en la política y en los feminismos no se construyen desde un centro, no es por arriba que se sale de la grieta.

 

Una unidad sin centro.

Las discusiones políticas feministas son todas potentes. La para mí mal llamada “belleza hegemónica”, los sujetos políticos del feminismo, los cruces entre feminismo y políticas, feminismo y trabajo, son todas discusiones potentes, interesantes, transforman la realidad. Ahora, cuando a una discusión política la transformás en una grieta, que es lo que pasa cuando aparecen los medios y el panelismo y los intereses políticos para que eso ocurra, la discusión se congela. Cuando el llamado a la unidad se hace desde la grieta y no desde la discusión política no pasan cosas interesantes. Porque lo que se organiza en torno a la grieta más que el afán de resolverse, lo que pasa es que queda estancando en su constante repetición. Me parece que ahí hay una serie de conflictos y de desafíos en los cuales los feminismos deberíamos poder corrernos.

 

Pero volviendo a lo que hablábamos antes de la inserción de los feminismos en la política, ¿cómo se traduciría? Para algunas posturas el objetivo es conseguir una cantidad de diputados y senadores que hagan posible que salga la IVE, y si para eso es necesario cerrar con los pañuelos celestes en las elecciones, lo apoyan. Mientras otras no quieren votar una lista que tenga “senadores percha”, y dicen que hay que hacer un partido feminista.

Creo que es más interesante cuando politizamos el feminismo que cuando vamos hacia la política tradicional, en el sentido de que hoy no podés agarrar a una referente del feminismo y agotar en esa referencia el signo político del feminismo. No es que cerrás con esa persona y cerraste el feminismo. Siempre el feminismo desborda sus representaciones políticas en un sentido amplio. Entonces creo que ahí hay siempre un lugar de desborde institucional del feminismo, que nunca puede contenerse plenamente. No creo que pueda existir un partido que contenga todos los reclamos feministas. Sí hay que dar ciertas batallas y ciertas estrategias para que la representación política feminista sea cada vez mayor. En ese sentido, obviamente lo que en su momento fue la ley de paridad política abre un juego de posibilidades mayor, pero para nada es una garantía, porque eso sería esencializar que “mujer” es sinónimo de “feminista”. De hecho, muchas mujeres, y quizás en un número hasta alarmante, son las que votaron en contra de la IVE. Entonces, evidentemente no es tan fácil la traducción política de cupo en relación a feministas en la cámara. Porque además creo también que muchos varones u otras identidades pueden, más allá de su autopercepción, contribuir a la política feminista.

“Es más interesante cuando politizamos el feminismo que cuando vamos hacia la política tradicional, en el sentido de que hoy no podés agarrar una referente del feminismo y agotar en esa referencia el signo político del feminismo”

¿Qué pensás de los escraches? ¿Son el fin? ¿Hay que pensar otras estrategias?

Creo que no es escrache sí, escrache no. Es ¿escrache para qué? Hay que pensar en los contextos, en las posibilidades y en las condiciones. Lo que tiene que organizar es la reparación a la víctima. Volvemos a lo mismo, me parece que estamos en un momento de gran transformación y esta posibilidad de escucha que tiene este momento para los delitos de acoso, abuso, violación y todas las violencias de género que las mujeres y otras identidades padecemos, es muy importante y movilizante. No nos olvidemos que somos un país en el que a muchas mujeres en los campos de detención le metieron ratas adentro de la vagina y sus propios compañeros políticos les dijeron “ustedes son todas putas”. Es un país donde nos estamos dando una escucha muy importante en este sentido. Tanto como en un punto me parece valiosísimo, en otro me parece importante que podamos seguir redefiniendo cuáles son aquellos espacios de nuestras vidas que pueden constituir un daño pero no un delito, y que en ese caso forman parte de nuestra privacidad. Me parece que es un problema cuando la figura de escrache aparece como un fantasma de nuestras vidas privadas. Creo que tiene que haber un lugar donde poder organizar ese patio de atrás de nuestras vidas, que esté contenido dentro de la gestión del conflicto humano, distinto de la politización de aquellos espacios que, durante mucho tiempo, no estuvieron politizados y que merecen ser incumbencia del Estado. Pero esa es una distinción que estamos construyendo, tratando de reorganizar qué forma parte del Estado y qué de la vida personal. ¿Qué es escrachar? Es una condición política para aquellas que no tienen escucha, no es que entre pares nos vamos tirando nuestros patios de atrás. Me parece que hay que tener la nobleza para entender que el patio de atrás forma parte de aquello que todos y todas tenemos.

 

Una tensión entre lo personal, lo político y lo público.

Creo que lo personal es político, pero que estamos pensando qué es lo personal. Y que lo personal tiene un patio de atrás. Todo el tiempo discutimos el sujeto del feminismo, pero ¿qué noción de sujeto estamos discutiendo? Todo el siglo XX, Freud, Marx, Nietzsche. Freud: hay un inconsciente y no sos dueño de sí, no todo se organiza en torno a la voluntad. Marx: están las condiciones materiales, no estamos en igualdad. Nietzsche: el lenguaje no es plenamente transparente, no hay una posibilidad de que redima, salve y organice toda la conflictividad. Entonces, me parece, que esas concepciones de sujetos plenamente libres, que el amor no les va a doler, que no van a tener conflictos, que van a poder dedicarse desde su pureza personal a la política, no existen. Somos personas opacas y contradictorias, moralmente a veces muy innobles.

 

¿Por qué decís la “mal llamada” belleza hegemónica?

Porque cuando nosotras le ponemos “hegemónico” a belleza pero no se lo ponemos a capitalismo, a espectáculo, a una serie de organizaciones sociales, estamos de alguna manera teniendo una ingenuidad intelectual, en el sentido de que todas las construcciones se construyen en bases a disputas de poder, donde la idea de hegemonía, ha sido muy cuestionada y resignificada. Son luchas de poderes capilares en cada uno de los planos de la organización social. Dentro de los cuales, y en eso acuerdo, que la belleza a lo mejor ha sido mucho menos discutida, mucho menos llevada al lenguaje político a diferencia de otros. Por supuesto que la belleza es una disputa política. Pero no hay que darla con las herramientas de hace 100 años, hay que hacerlas con las de hoy, donde evidentemente las luchas de poder no implican que de un lado estén los buenos y del otro los malos, y de un lado están las oprimidas y del otro las liberadas. Los cruces son bivalentes. Con la belleza creo que, como muchas otras cuestiones políticas, los feminismos contienen la luna y el lado oscuro de la luna a la vez. No es que en uno está la luna y en el otro está el lado oscuro. Hay lado visible y oscuro de la luna a la vez.

 

Lo visible y lo no visible.

Muchas veces los discursos de autocelebración y autorreconocimiento son una posibilidad de clase. Muchas personas en otras condiciones tienen que realizar otros acuerdos. Ciertas condiciones de posibilidad de ejercicio del feminismo son condicionadas socialmente. Cuando estoy en un subte y veo una chica con el pañuelo verde siento un profundo reconocimiento y sentido de pertenencia. Pero cuando viajo a una provincia o cuando una colega trabaja en un colegio religioso y no puede ponerse ningún pañuelo pero puede hacer aunque sea algo pequeño por aportar a una rediscusión de los sexos y los géneros, eso me parece quince mil veces más potente. Todo lo que podamos hacer en aquellos espacios pequeños, las mujeres que están en los sindicatos dando la pelea, las que están en las empresas más tradicionales y jerárquicas, las que están en espacios donde realmente las condiciones son muy pequeñas y en esas condiciones pequeñas hacen muchísimo, eso es muy valioso. Quizás con otras estéticas, con otros lenguajes, sin decir “chiques” porque no están las condiciones dadas para que eso ocurra, pero aquello que sí ocurre es potentísimo.

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Last modified: 30 abril, 2019

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