Sobre llovido mojado, o la era de la heterogeneidad popular

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Abordar ese lábil concepto conocido como los “sectores populares” implica, no pocas veces, el desbarranco en el esencialismo, la mitificación o el paternalismo. Tanto para la academia como para la política suele ser un santo grial eso que, a falta de mejor término, pero siempre dispuestos a trocarlo por algún eufemismo inclusivo, llamamos “los pobres”. Los pobres son así, los pobres piensan de esta manera, los pobres se relacionan con los otros pobres de esta forma, los pobres votan siempre a los mismos, tienen siempre la misma identidad…

El “pueblo”, el pueblo peronista, el conurbano, el “bastión” incólume de La Matanza, las clases bajas como refugio de un candor conservacionista y primitivo distante de los intereses concéntricos de la clase media urbana, son conceptos sobre los que una parte del pensamiento político y social argentino ha articulado su cosmovisión histórica. Y sin embargo, la historia reciente y no tan reciente, parece desmentir, o al menos poner en cuestión estas certezas.

Pablo Semán es sociólogo, doctor en antropología social y docente en la Universidad de San Martín. Pero dentro de ese résumé hay un investigador que indaga en las mutaciones y “sensibilidades” populares a partir de un caleidoscopio que incluye demandas políticas, religión y lógicas de apropiación de la cultura “céntrica”. Partiendo de las elecciones de 2017, donde el voto popular pareció “traicionar” aquellas expectativas esencialistas y mostró a un Cambiemos capaz de encarnar una oferta electoral atractiva, pero yendo hacia atrás para ver los cambios de los últimos treinta años, hablamos con Semán del consumo como compensación de la imposible movilidad ascendente, el “moyanismo social”, el kirchnerismo que primero entusiasmó y después irritó, el lugar del Papa Francisco en medio de la ola evangelista, la parábola que va de la cumbia villera al rap y al trap, y la relación de los sectores populares con el aborto y el feminismo.

 

La representación política del voto popular pareció haber entrado en discusión con las elecciones de 2015 y 2017. ¿Qué transformaciones sociales y culturales creés que se dieron al interior de los sectores populares en los años recientes? ¿Creés que eso impactó en los últimos resultados electorales?

No hay que ver las elecciones como si fueran el único escenario posible donde se revela lo popular, ni tampoco como si fueran indiferentes a ese escenario. La sensibilidad política de los grupos sociales tiene siempre zonas de ambigüedad. De ahí que los procesos políticos electorales puedan desambiguarla en algún sentido, y después venir otro proceso y desambiguarla en otro, o ratificarla, pero agregando algo nuevo. En ese contexto, cuando hay un cambio electoral decimos, por lo general, que hay algo nuevo, y lo repetimos cada diez años sin ver que los cambios funcionan en una lógica de “sobre llovido mojado” dentro de los sectores populares y de toda la sociedad en general.

 

Son transformaciones de larga data.

Hay un trabajo clásico de Jozami, Villarreal y Paz que decía que uno de los efectos de la dictadura fue heterogeneizar por abajo a la sociedad. En esos años lo que emerge es heterogeneidad, fragmentación e individualismo, proceso que en los últimos veinticinco años adquirió características, entre comillas, novedosas. Porque con el menemismo aparece también con una fuerza inusitada el mercado y la pérdida de ciertas instancias de regulación colectiva de los contratos de trabajo y de las relaciones con el consumo, generando nuevas situaciones donde los pobres son más débiles. Y donde el consumo empieza a ser un sustituto de la movilidad social ascendente. Eso que Gabriel Kessler llamó “movilidad social espuria”, porque no estás más arriba si no te compraste una casa pero tuviste más salidas a boliches, o más zapatillas. Y esto tiene veinticinco años como mínimo, no es solo del tiempo del kirchnerismo.

Lo que ocurre socioculturalmente ahora y algunos atribuyen al macrismo como novedad, lo que ocurrió como efecto colateral del impulso al consumo que trajo el kirchenrismo y que, según otros, tuvo efectos de disolución de lo solidario y lo colectivo, también ocurrió en los ’90 y se lo reputaba como una novedad que ya había sido señalada apenas terminó la dictadura. En ese sentido creo que mas bien hay una dirección de cambios que se acumulan en la lógica de “sobre llovido mojado”.

 

¿Pero el consumo como resarcimiento o como instancia compensatoria no tuvo en el kirchnerismo una prédica diferente?

Después de la hiperinflación, cuando se pierde el ideal del trabajo y se repactan las relaciones sociales, se desplazan los deseos al consumo. Y eso ya se veía en el ’93, ’94. Las nuevas generaciones que ingresaban al mercado de trabajo lo hacían a otras relaciones. Y eso generó una gran transformación que es paralela a otras, como la pérdida del sindicato como referencia, el desplazamiento de las demandas y la organización al territorio, la transformación de los discursos sobre la sexualidad, o el campo religioso, donde pasa a ser más legítimo el no ser católico. Todo esto genera sujetos más autónomos y mayor pluralidad en los sectores populares, situación que en el 2000 se agudiza. Javier Trímboli dice, o por lo menos yo lo interpreté así, que las políticas sociales del kirchnerismo tuvieron el efecto de detener lo que se hubiera venido si en lugar de Kirchner hubiera ganado López Murphy en cuanto a la profundización de la lógica del mercado que hoy renace con Cambiemos. Pero esa lógica polivalente de mercantilización, autonomización y debilitamiento de horizontes colectivos no desapareció del todo durante el kirchenrismo.

 

Introdujo un paréntesis.

Sí. En eso que les decía antes de “sobre llovido mojado” hay un salto cualitativo, y es que durante parte del kirchnerismo se lograron, no digo revertirse, pero al menos amortiguarse, ciertas tendencias en el empleo, por lo menos hasta 2011, donde eso cambia. Con lo cual tenés los que se incorporan al mercado laboral desde 2011, y los que se habían incorporado durante el fin de los ’80, y en el medio queda la generación que mejor le fue, que es la que entró entre 2003, 2004 y la bancó más o menos hasta 2008 o 2009. En ese sentido, lo de “sobre llovido mojado” significa que se agrega una cantidad más de gente con problemas de empleo, que a su vez se agregan a hogares que están peor en general.

 

Son generaciones yuxtapuestas.

Claro. Y en ese contexto las nuevas generaciones de trabajadores pudieron pensar menos en una lógica patrimonial, algo que por ahí sí podían hacer los de más vieja data. Eso se conjugó con una especie de “cultura del ocio” mucho más intensa, con lo cual ciertas ideas de austeridad, de abnegación, quedaron relativizadas en la experiencia popular, que perdió referencias y posibilidades de pensar en la vida cotidiana el largo plazo. Eso también hace a transformaciones de más vieja data, sobre las cuales el resultado electoral de 2015 trabaja. Y donde también hay un movimiento de más corto y mediano plazo que es el hecho de que el kirchnerismo entusiasmó e irritó en igual medida.

“El triunfo kirchnerista de 2011 ocultó que el peronismo estaba representando contingente y contradictoriamente a los sectores populares. Y que entonces a su demanda de representación política podía ingresar otra oferta”

¿Ahí en esa yuxtaposición generacional, donde algunos se pudieron establecer o pudieron conseguir más cosas que otros, radica eso que denominaste “moyanismo social”?

Cuando ganó Massa en 2013, muchos creyeron que ahí había una parte de las clases trabajadoras con demandas de segunda generación, que presuponían pero desbordaban la plataforma consolidada en la “década ganada”. Creo que no era solo eso. Para mí “moyanismo social” era un sector, en general con relaciones de trabajo bastante formales, que por algún esfuerzo de capitalización familiar, pero también por obra pública o transformación de redes de transporte, se vio relativamente beneficiado. Y ese sector tenía, y sigue teniendo, grandes problemas con el kirchnerismo. Uno era la seguridad, porque no los contenía en esa demanda. Otro, la relación con la migración, porque no importa si es verdad o no pero para esos grupos el problema son los extranjeros. Y el tercero es que las políticas de inclusión del kirchnerismo, que yo creo que fueron correctas, generaban un aplanamiento de la estructura de premios que a esos sectores les resultaba irritante. Lo que los tipos veían es: “no me aumentan, o me recortan mis aumentos por Ganancias, y finalmente mis diferencias con tipos que están un poco más abajo y no laburan y reciben planes es poca”.

 

¿Eso es el aplanamiento?

Sí, no veían sus méritos reflejados en una escala de diferencias de consumo, de ingreso, de legitimidad respecto de otros grupos. Esos tres puntos creo que fueron estructurantes de la experiencia y de la identidad del “moyanismo social”. Al mismo tiempo que había demandas, no de segunda generación, pero sí por ejemplo con respecto al transporte. Demandas que ya estaban muy presentes desde muy temprano, nadie se acuerda de los hechos de 2005 en Constitución cuando la gente rompió todo. Y por eso se entiende también que la reacción por lo de Once haya sido de una distancia respecto del gobierno muy muy fuerte. Esto es puro impresionismo, pero el día que ocurrió lo de Once yo sentí en la calle un silencio mortal que solo sentí otras dos veces en mi vida: en el ’74, cuando murió Perón, y el día que lo echaron a Maradona del Mundial ’94. Ese silencio sepulcral sentí el día de Once y lo interpreto como que había una demanda de mejora en ese área, no reconocida, y que el accidente vino a decir: “¿vieron?”.

 

¿La heterogeneización impactó también en las identidades políticas?

Sí, la fragmentación también tuvo que ver con la diferenciación política dentro de los sectores populares que empezaron a dejar de apoyar al peronismo y a su formulación kirchnerista con la contundencia y la homogeneidad que lo habían hecho en la década anterior, aunque no necesariamente antes. Porque no es que van en una secuencia mecánica que implica cada vez más distancia del peronismo. El peronismo los congregó muy fuertemente en un momento, dejó de hacerlo en otro, volvió a congregarlos, y lo dejó de hacer otra vez. Y ahí apareció una nueva posibilidad de pluralización política que terminó, en parte, con el voto a Cambiemos que inesperadamente incluyó a parte de los sectores populares.

 

¿Y eso a qué lo atribuís? ¿Es parte de esas demandas insatisfechas, es parte de una heterogeneidad que también atraviesa a las identidades políticas, es un fracaso del peronismo?

Me parece que el peronismo reestructuró las relaciones de representación política que tenía con los sectores populares a partir de los ’90. Primero porque esos sectores cambiaron y nuevamente se diferenciaron mucho, y tuvo que contener muchas diferencias. Y segundo, porque el peronismo a esos mismos grupos los implicó en una maniobra que apenas les traía beneficios compensatorios. En ese contexto, el peronismo empezó a representar conflictivamente a sectores que se territorializaban, y representaba, también conflictivamente pero por otra vía, a las clases trabajadoras incluidas, con trabajo formal y pertenecientes a sindicatos. Y el fracaso de la Alianza, que en realidad es el fin de la convertibilidad, amplió la disponibilidad electoral de los sujetos populares para con el peronismo, pero también lo hizo contener muchísimas más diferencias que nunca en su historia y que, necesariamente, se contienen muy contradictoria y muy precariamente.

 

Eso se ve en el peronismo fragmentado y contradictorio de las elecciones de 2003.

Si uno ve el comportamiento electoral de los sectores populares, que es de aproximación y distancia, ve que el peronismo antes que fracasar en 2015 o en 2013, contenía muy condicional, muy contingente y muy contradictoriamente a los sectores populares. Creo que esa es la otra gran transformación, ya no cultural sino política. Pasa que como el peronismo ganó contundentemente en 2011, los análisis pudieron volver a la ilusión de que volvía a ser un sujeto homogéneo, capaz de desarrollar antagonismos y desplegarlos de forma trunfante. Pero en realidad ese triunfo ocultó que el peronismo estaba representando contingente y contradictoriamente a los sectores populares. Y que entonces a la demanda de representación política podía ingresar otra oferta, que fue lo que pasó tanto con el massismo como con el macrismo.

“Las identidades políticas se volvieron menos fijas, más condicionales, no hay apegos tan fuertes”

Se decía hasta 2015 que el macrismo no iba a poder cruzar la General Paz y lo hizo. Entonces, así como Cambiemos se desplaza del centro a la periferia, ¿se puede hablar de un desplazamiento de las identidades políticas de los sectores populares?

Hay otra gran transformación que no dijimos y que tiene que ver con cómo funciona el sistema de identidades políticas. Se volvieron menos fijas, más condicionales, no hay apegos tan fuertes. En las últimas décadas se establecieron rutinas democráticas que relativizaron las identidades. Votar cada cuatro años, evaluar gobiernos, implica un ejercicio de aproximación y toma de distancia que, si se compara con la imposibilidad de votar al peronismo durante 18 años, supone un quiebre. Eso de alguna manera le permitió a la identidad peronista resistir. Porque había una homogeneidad sociodemográfica, una experiencia en común, y un bloqueo a esa experiencia. Compará eso con los últimos veinte años. Todo el mundo más o menos se acercó, tomó distancia, en el marco de una estructura sociodemográfica que diferencia, fragmenta y hace competir entre ellos a los sectores populares y también a las clases medias.

A eso sumale la importancia del Estado en la política argentina, que refuerza procesos que uno cree que son de orden identitario pero en realidad no son tan así. Lo que pasa es que como hay cambio político, hay cambio de las relaciones de los grupos sociales con la política, y uno ve cambio de identidades cuando en realidad lo hay de la oferta política y sus efectos. Más que hablar de identidades hablaría de sensibilidades, que más que un cambio abrupto tuvo una onda de cambios en la que aparecen más aspiraciones de consumo, más individualidad, más condicionalidad con la política, transformaciones en la sexualidad y en el uso del tiempo libre. Y en ese contexto se elabora una sensibilidad que es múltiple, y que puede tener afinidades con diversos grupos políticos según momentos y contextos.

 

Una de las transformaciones que mencionaste fue la religiosa. Y en estos últimos años el Papa Francisco se erigió como un liderazgo político, o al menos una figura de referencia. ¿Qué peso tiene su figura en el contexto de esas sensibilidades populares?

Una de las grandísimas transformaciones que hubo en los sectores populares es la aparición de un contingente de evangélicos. Eso tuvo que ver con que los evangélicos estructuraron la demanda de relación con lo sagrado casi en los mismos términos en que lo entendían los sujetos, y que implicaba que no había separaciones entre lo cotidiano y lo sagrado. Habilitan una visión que preexistía y el catolicismo no habilitaba. El catolicismo en general mantiene con los católicos una palabra económica, política, educativa pero no atiende a esa dimensión sagrada. Y en ese contexto se abren dos lógicas de la relación con las organizaciones religiosas. No es que se relacionan privilegiadamente con los evangélicos por un contenido que el catolicismo ofrece pero de peor forma. Se relacionan específicamente con los evangélicos por algo que el catolicismo no ofrece. Y eso permite que haya gente que se relacione con el catolicismo por una cosa y con los evangélicos por otra.

Todo esto para decirles que hasta acá la relación de los sectores populares con el Papa esta mediada por esta disociación entre una palabra referida a lo sagrado y otra a la realidad social y que el Papa es un gran referente de esta ultima pero no carga su figura con la potencia de la primera. Por eso no ha funcionado ni podría funcionar como el refugio de unos reclamos y una intensidad que algunos hubieran querido que fuera.

 

Los sectores populares ocupan también un lugar importante dentro de la discusión por la despenalización del aborto. Un referente de los movimientos sociales cercano al Papa como Juan Grabois dijo que se oponía al proyecto porque el debate, según él, divide a “las bases”. ¿Cómo ves esa discusión al interior de estas “sensibilidades populares”?

Las cuestiones ligadas a los feminismos, y en particular el aborto, es algo sobre lo que los hombres no deberíamos hablar. Y si lo hacemos debe ser con mucha prudencia y desde un lugar específico. Si me permito hablar de algunas cuestiones, contra lo que dije recién, es porque las he visto y las he escrito antes de que todo esto eclosionara. En los sectores populares hace mucho tiempo, por cuestiones de individualización y tematización de la sexualidad, por la relativización de autoridades, más allá de si hay condiciones materiales para ejercer esas aspiraciones o no, hay trayectorias de autonomización de las mujeres y de creación de alternativas feministas específicas. Eso hace a una variedad de feminismos que no necesariamente lo ven ni todos los feminismos ni todos los dirigentes sociales con auténtica representación de los sectores populares.

Hay un feminismo popular que no está visibilizado e incluso se estructura, en parte, a partir de los consumos culturales. Porque donde algunos piensan que consumir ciertas canciones cosifica, para ciertas mujeres eso les permite adquirir autonomía y conciencia del género. Hay trayectorias de feminización que no ocurren en el circuito píldora-minifalda-Mafalda. Ocurren de otra manera, en contacto con la Iglesia pentecostal, con música “cosificante”, con el diálogo objetivado y casi público sobre la sexualidad. Ocurren en contextos de problematización del hogar y de la violencia masculina. En todas esas superficies hay habilitaciones para la construcción de femineidades autónomas, reivindicantes que no se ven ni desde todas las militancias feministas ni desde las militancias populares.

En ese contexto, hay otra cuestión, y tiene mucho que ver esa idea de pretender un sujeto popular homogéneo y, por lo tanto, homogéneamente comunitario. Yo tengo muchísimo respeto por Grabois, creo que suscribiría al 99% de lo que hace, pero discutiría su argumento acerca de que esto divide a la base porque supone que un proceso de adquisición de derechos no debe dividir a los sectores populares, y que si lo divide está mal. Un proceso de adquisición de derechos puede habilitar diferencias, y hay que discutirlas como entre amigos. Si hay diferencias, hay que esclarecerlas. Hay trayectorias de feminismo y autónomización de las mujeres de los sectores populares que hace que muchas sean partidarias de la despenalización del aborto y formen parte de la mayoría social que tiende a refrendar esa posición.Por su camino, no por los de Simone de Beauvoir, y no está mal. La diferencia sobre este punto ya está planteada en los propios sectores populares, no es un germen inoculado por “sectores foráneos”. Dicho esto creo que la CTEP y los agrupamientos cercanos en los que están muchos compañeros que respeto y que tienen otras posiciones constituyen ámbitos muy propicios para resolver democrática y pluralmente esas discusiones. Me parece que la posición de Grabois a veces no fue discutida con ese espíritu.

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Trabajaste mucho con los géneros musicales en los sectores populares. En el capítulo que escribiste para Conurbano infinito planteás que la periferia se apropia de elementos y géneros del centro, los readapta y devuelve como una narrativa propia. Eso era la cumbia villera para generaciones anteriores, pero hoy eso lo representa el trap y el rap. ¿Qué lectura hacés de este nuevo fenómeno?

En ese artículo para Conurbano infinito tuve el cuidado, pero no se ve, de ponerle comillas a la palabra “periferia”. El artículo tenía un argumento, que era la noción de que la “periferia” finalmente gobierna el “centro”, lo que obliga a poner en duda ambas nociones. Utilizándolas transitoriamente se puede ver, en la lógica de la recepción y la producción musical, que el conurbano bonaerense le puso un sello a distintos géneros. Y fue un nodo que permitió un modo diferente de expansión.

Los sectores populares, sobre todo los del conurbano, redefinieron la cumbia, el rock, y también la religión evangélica. Y en ese contexto el rap es un caso más de esta dinámica en la cual muestran la eficacia de su producción. Porque en el rap convergen varios procesos de distintos plazos. Uno es que se transformaron las relaciones con los medios. Los pibes no saben lo que es una radio o un CD. Es la computadora, la tablet, pero sobre todo el celular. Esos mismos medios que transforman la relación con la música, también transforman la relación con la producción de música. Usar esos medios es de alguna manera ir transformándose muy sutilmente en un productor –Pappo me mataría por decir esto–. Armar una playlist ya es ingresar un paso en la composición. Musicalizar tu vida cotidiana es hacer música, y los pibes hacen mucho más que eso.

La otra cuestión que converge es que, como la cumbia villera o el rock ya fueron la música de otras generaciones, en las nuevas hay una necesidad de diferenciación. Y otra cuestión es que el rap permite una combinación ideal de música, movimiento y oralidad, en un país como la Argentina, en donde la cuestión de las letras en la música es importante, aunque no sean de protesta, que es la que le gusta a los sommeliers de músicas ajenas. El rap tiene un contenido de oralidad y composición que permite desplegar ese interés por las letras. Y eso permite el ejercicio de una palabra cuestionadora y una narración de la propia vida que es muy atractiva tanto para ejecutantes como para públicos.

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Last modified: 9 diciembre, 2018

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