Luciano Nosetto es politólogo, profesor de Teoría Política e investigador del CONICET. Destaca la eficacia del discurso del progreso pero advierte que la historia puede desembocar en procesos más sombríos. Considera que la relación entre la agenda feminista y la económica no es necesaria, razón por la cual debe ser articulada desde la política. Finalmente, Nosetto sentencia que el macrismo no podrá constituir una identidad política propia.
En los últimos tiempos trabajaste sobre la idea de “reversibilidad”. ¿A qué te referís con ese concepto?
En el imaginario progresista aparece la idea de que las luchas generan conquistas que se sedimentan en instituciones, derechos y garantías, que se vuelven a su vez el piso para nuevas luchas y nuevas conquistas, instituciones y derechos. Está muy presente en el imaginario de la transición a la democracia en la Argentina la idea de que la democracia liberal no es la panacea, pero sí una plataforma para garantizar el avance hacia un modo de regulación social más justo. Ahora vivimos en un contexto en el cual los principios del estado de derecho y de la democracia liberal son puestos en cuestión. Presuponer en países con presos políticos como Brasil o Argentina que la democracia liberal es hoy un punto de partida es perder de vista que nada en la historia está garantizado y que hay fuertes procesos de reversión de conquistas y derechos.
Causa cierta perplejidad que pese a lo que decís estamos ante un gobierno que habilitó el debate sobre la despenalización del aborto. ¿Esto no echa por tierra esta idea de reversibilidad?
El discurso del progreso histórico tiene una fuerte eficacia política. Ese discurso que plantea que nuestra sociedad progresa en términos de derechos, y que este paso en términos del aborto legal, seguro y gratuito es uno más en ese progreso, es muy potente. Ahora, en términos de un análisis más sopesado, habría que ver si efectivamente es así y si vivimos en sociedades que solo dan pasos para adelante, acumulando un derecho tras otro. Con las guerras mundiales y el holocausto primero, pero más cerca en el tiempo con la crisis del Estado de Bienestar se dio en la experiencia popular algo que ya en el siglo XIX se conocía en la filosofía con Nietzsche: la angustia ante una historia que no necesariamente es progresiva, sino que puede conducir a momentos más sombríos que los anteriores.
¿Entonces sería más correcto hablar de transiciones que de reversibilidad?
¿Podemos dar por sentado que la democracia liberal y el estado de derecho son el punto de llegada irrevocable de la transición desde regímenes autoritarios en la década de los ’80? ¿O eso es algo que debe preservarse todo el tiempo ante la amenaza de su reversión? Estamos muy acostumbrados a criticar las insuficiencias de la democracia liberal, pero me parece que hay algo de la agenda progresista o nacional popular que tiene que ver con tomar nota de que, sin las libertades liberales y las instituciones republicanas, ningún nuevo derecho está resguardado. Por el resto, venimos muy acostumbrados a admitir esa contraposición entre populismo y republicanismo, pero habría que ponerla entre signos de pregunta. Aquellos que se jactaban de promover los valores republicanos demostraron, al momento de pasar a la primera plana en el gobierno, una serie de actitudes de leso republicanismo, mientras que aquellos que admitían una posición más vinculada a la tradición nacional popular demostraron en muchas ocasiones estar entroncados en la tradición republicana mucho más que sus adversarios. Pienso por ejemplo en la relación que con la Corte Suprema tuvieron los últimos gobiernos de la Argentina.
José Natanson sostuvo en su libro ¿Por qué? que este gobierno, como los anteriores, tiene aproximaciones y distanciamientos con el republicanismo.
Creo que hay que ser rigurosos en ese sentido. Acusar al gobierno de leso republicanismo por maniobras que son propias de la vida parlamentaria, de las reglas del juego de la democracia, como mezquinar el quórum o dilatar el tratamiento de un proyecto… Uno puede protestar, pero nada de eso es comparable al hecho de que representantes de la oposición vayan presos en causas amañadas para neutralizarlos políticamente, o que personas que protestan sean fusiladas por la espalda y que después el estado salga a convalidar esa violencia institucional. Entre una cosa y otra hay una distancia muy clara y uno tiene que ser intransigente respecto de las libertades más elementales. Que existan desde el día dos del gobierno de la provincia de Jujuy presos políticos, que la violencia institucional, una permanente del estado argentino contra lo que hay que trabajar muchísimo, sea apañada o encubierta por el mismo estado que debe garantizar esas libertades… Me parece que son cosas respecto de las cuales uno debe establecer una diferencia taxativa.
Algunos de los representantes de la oposición están detenidos por corrupción, tema que se subestima en los discursos populares. Y que impacta no solo en lo electoral sino en la efectiva capacidad de transformación de esos mismos discursos en el gobierno. Sin caer en la retórica anticorrupción, ¿no es hora de pedirles una posición más clara respecto de ese tema?
Claro que sí. El desafío es, precisamente, cómo asumir una posición taxativa en contra de la corrupción sin contribuir a la amplificación de la agenda del honestismo, sin reducir el debate público a la retórica anticorrupción. Sabemos que batir el parche de la corrupción es el repertorio favorito de los que promueven medidas contra los intereses de las grandes mayorías. Ante esto, se puede denunciar la hipocresía de los honestos que, por ejemplo, usan a los beneficiarios de planes para encubrir aportes de campaña inconfesables. Pero, si ese es el debate político de la Argentina, la cosa va a terminar siendo una carrera por ver quién es más corrupto. Y la única que gana es la antipolítica, la impotencia colectiva. El problema de la corrupción se aborda generalmente como un tema de ética individual, de ver quién se enriqueció más que quién, cuando se trata de un problema estructural, vinculado a lógicas del financiamiento de la política que atraviesan a todos los partidos.
“Con la crisis del Estado de Bienestar se dio en la experiencia popular algo que ya en el siglo XIX se conocía en la filosofía con Nietzsche: la angustia ante una historia que no necesariamente es progresiva, sino que puede conducir a momentos más sombríos que los anteriores”
Martín Rodríguez escribió que el macrismo había llegado al poder para devolverlo. Lo pensó para la comunicación, pero puede pensarse también para el caso de las fuerzas de seguridad y en particular la Gendarmería.
Creo que, en los años del kirchnerismo, se profundizó la agenda de la democratización y eso mismo generó una especie de reacción en cadena muy singular. El intento de democratización de la renta extraordinaria de la tierra generó la reacción de los productores agrícolas, terriblemente azuzada por los medios concentrados de comunicación. En ese momento quedó más claro que nunca que la concentración de la palabra por los monopolios mediáticos ponía en cuestión la democracia. Entonces se avanzó en el intento de democratización de la palabra y ahí los poderes concentrados de los medios de comunicación encontraron en sectores del poder judicial un aliado muy fuerte. Quedó claro entonces que, sin democratizar la Justicia, no iba a poder garantizarse una sociedad más justa en términos de las posibilidades de tomar la palabra. Y la democratización de la Justicia también generó la reacción de ciertos sectores de los servicios de inteligencia muy vinculados al poder judicial y a los medios, cuyas redes estaban siendo puestas en cuestión por este movimiento. Siento que hubo un movimiento de democratización muy fuerte y en muchos frentes, que generó lógicas de rebote y de reacción que explican las condiciones en las cuales se mueve un gobierno como este.
En tus clases, con el contrapunto entre Nancy Fraser y Axel Honneth, introducís el debate del reconocimiento o la redistribución. Es interesante pensar desde ahí si es posible otorgar derechos de reconocimiento sin redistribución. Volvemos a un gobierno que permitió el debate del aborto, o que tuvo determinadas intervenciones sociales.
Hay un debate sobre la relación entre la agenda feminista y queer y la agenda económica. Creo que entre esas dos agendas no hay una relación necesaria. El feminismo no necesariamente es ni nacional popular ni liberal, así como una agenda de desarrollo nacional popular puede tener elementos profundamente patriarcales. Entonces no hay una relación necesaria entre esas agendas, sino una articulación que se da en las coyunturas y en los procesos históricos. Tiendo a creer que son luchas distintas pero articulables. Hay mucha discusión sobre este tema. Recuerdo las reflexiones de Cecilia Abdo Ferez. Pienso en el “desendeudadas nos queremos” del #NiUnaMenos. La articulación es totalmente posible, pero hay que producirla en la misma lucha política.
También en tus clases abordás el debate de Fraser con Judith Butler, para quien las cuestiones del feminismo o las disidencias sexuales no son meramente culturales y deberían involucrar la cuestión económica. ¿No hubiese tenido sentido que estos reclamos se tomen más fuerte desde un gobierno populista que desde uno de corte liberal?
Insisto con que no hay una relación necesaria entre ambos términos y que a esa relación hay que producirla en base a argumentación y la lucha política. Hay un significante clave de ambos movimientos que tiene que ver con la inclusión. Cuando se pone la inclusión en el centro de la agenda nacional popular, puede empezar a pensarse que esa inclusión no es solo socioeconómica y monetizada, por vía del consumo, del fomento de la demanda y de la resolución de las necesidades básicas. También tiene que ver con la inclusión de formas de vida excluidas o tenidas como abyectas, que al ser incluidas pasan a ser dignas de respeto. Junto a una colega, Emilse Toninello, pensamos que, si uno entiende a la “justicia social” como un postulado de inclusión en sentido amplio, esto es, como inclusión socioeconómica y como reconocimiento de la multiplicidad de formas de vida, es posible generar una agenda política en la que se encuentren tanto los reclamos del movimiento de mujeres y de minorías de género, como los vinculados a la agenda nacional popular. Ahora, eso no es algo que por necesidad se dé, porque también se puede articular claramente y sin problemas la agenda del feminismo con la perspectiva neoliberal vinculada al ethos del empresariado de sí, de la realización personal y de la gestión exitosa de la propia vida.
Decís que ambas agendas deben ser articuladas desde la política y eso presupone cierto grado de organización política. Desde algunos sectores políticos se criticó al movimiento feminista por tener una suerte de laxitud en ese sentido. Durante el debate que desembocó en la media sanción de la IVE se vio a Brenda Austin, Silvia Lospennato, Victoria Donda, Lucila De Ponti, Mayra Mendoza y Daniel Lipovetzky entrando de la mano al recinto. ¿Puede verse a eso como una forma de organización política o es una articulación para un caso concreto? ¿Cuál es su alcance, si después habrá sectores que denuncien la feminización de la pobreza, o desde el gobierno avancen con operaciones económicas que pueden perjudicar el reclamo de género?
Todo gobierno tiene que vincular actores heterogéneos; y me parece que incluso al interior del gobierno hay sectores que están incómodos con ciertas líneas políticas profundamente regresivas. Ahora, no me queda claro si la articulación coyuntural de toda una serie de sectores del oficialismo y la oposición en torno a la interrupción voluntaria del embarazo tiene una potencia en términos de organización política o es solo algo coyuntural. Lo que sí me parece claro es que una agenda nacional popular a espaldas del movimiento de mujeres, con la masividad y popularidad que tiene, sería una contradicción en términos.
“Hay un debate sobre la relación entre la agenda feminista y queer y la agenda económica. Creo que entre esas dos agendas no hay una relación necesaria. Tiendo a creer que son luchas distintas pero articulables”
La eclosión del movimiento feminista de los últimos años, ¿tiene relación con el cambio de gobierno?
El reingreso de la juventud en la política tuvo que ver con un proceso cultural de generaciones que no habían experimentado el clima antipolítico en el que crecimos los que vivimos el proceso del menemismo y el delarruismo. La militancia juvenil tuvo momentos de latencia y de reactivación, algo de esto trabajó nuestra colega Gabriela Rodríguez Rial, pero claramente el último gobierno kirchnerista colaboró con una politización muy significativa de la juventud. Esa es una marca de este movimiento de mujeres. Bueno, hablan de la revolución de las hijas.
Apenas asumido el gobierno cambiemita sostuviste que era impertinente definirlo como un populismo. Para vos el término Cambiemos era un concepto abstracto antes que un significante vacío, porque impedía construir una identidad cohesionante. Cambiemos le ganó a Cristina Kirchner el año pasado, ¿no se puede pensar que ese significante vacío es el antiperonismo?
Hubo una cuestión más analítica que a mí me interesaba despejar. En el horizonte del proceso macrista no hay una constitución de identidad política como la del radicalismo o la del peronismo. Quedará pendiente de corroboración histórica, pero incluso en el kirchnerismo uno puede identificar que hay una identidad que ha sobrevivido a su gobierno.
¿De qué carece Cambiemos que para vos no puede construir una identidad duradera?
Carece de pretensión de universalidad. En el kirchnerismo era claro, tenían incluso un nombre que era el de proyecto nacional, popular y democrático. En línea con los postulados de la teoría normativa neoliberal, este gobierno no postula una utopía social, sino que postula utopías individuales. “Pedro pudo remodelar su casa, Lidia pudo comprar una nueva máquina de coser…”. La propuesta cambiemita nunca fue postular como utopía explícita cuál era aquel tipo social que íbamos a encontrar cuando crucemos el puente para ser la Argentina que queremos ser. Algo de esto sostiene Gisela Catanzaro. Se construye un relato, sí, pero no en un sentido de disputa por un universal. Después, en términos de la gestión de la cosa pública, me cuesta identificar cuál es la política del gobierno con respecto al aborto o con respecto a cualquier otro tema. Hablaron de un gobierno que llega para devolver poder. Siento que hay un desembarco de las corporaciones y de los poderes intermedios, que se hacen de sectores de la cosa pública y que actúan bajo la lógica de captura de fragmentos del estado. Se ha dicho mucho que no hay una política económica consistente. Creo que eso es síntoma de la ausencia de un universal.
¿Eso no es un problema del mundo? Hablás de la búsqueda de un universal que puede traducirse en un relato épico como decir “vamos hacia allá”, pero después de la caída del muro de Berlín los grandes relatos universales que dominaron el siglo XX fueron en decadencia y vivimos en un mundo quizás más libre, pero más desigual. ¿Puede pensarse al macrismo como una expresión de eso?
En América Latina se puede identificar una serie de gobiernos que generaron utopías sociales de manera explícita. No lo daría como algo cerrado o anacrónico. Siento que lo novedoso de este gobierno con respecto al kirchnerismo es que no constituye una identidad. Azuza el momento de la negatividad, el momento de la contraposición con el gobierno kirchnerista, que tiene una eficacia relativa pero tiende a desgastarse, y que lo que hoy se vive es una enorme frustración porque esa promesa de realización individual se ve permanentemente postergada. Es significativo que la respuesta a un paro general sea salir a timbrear. Siguen interpelando a esa sociedad atomizada de individuos anónimos que esperan que la política se retraiga para que ellos puedan realizarse.
¿El mundo no se había vuelto eso?
Sí, y además hay condiciones de posibilidad para que la operación que hace Cambiemos funcione. Pero también lo contrario es posible.
Al decir que no se podía conceptualizar como un gobierno populista, Cambiemos queda como un gobierno de administración de reclamos. ¿Hay posibilidad de que salga a buscar reclamos nuevos para generar nuevos lazos afectivos? Pensamos en que se puede alimentar de reclamos del feminismo o de sectores sociales más vulnerables, como la urbanización de las villas. ¿El macrismo puede buscar todavía poblaciones que no son típicamente las que lo llevaron a ganar las elecciones?
Me cuesta pensarlo solo en términos formales de posibilidades estructurales. Hay condicionamientos vinculados a las tradiciones políticas y al carácter desnivelado de lo social, en cada coyuntura histórica hay cosas que son históricamente posibles y hay cosas que no. Supongamos que este gobierno salga a reivindicar la agenda de los Derechos Humanos. ¿Es posible concebirlo en términos formales? Sí, claro, pero, dada la historia argentina, sería muy difícil que algunas figuras del oficialismo pudieran levantar esa agenda. Mi sensación es que este gobierno comenzó con un repertorio de interpelación muy activo, con tres elementos. Primero, la identificación narcisista con la familia presidencial, con Macri, su mujer y su hija, y después con María Eugenia Vidal, bajo una lógica propia del sistema de celebridades. Segundo, un llamado a la realización personal vinculado a cierto componente individualista y meritocrático. Y por último está el componente más caliente de interpelación de este gobierno tiene que ver con la denuncia del gobierno saliente. En la medida en que no pudieron resolver los problemas que ellos identificaron como más fáciles de resolver, se empezó a enfatizar cada vez más el momento antagonista, el momento de la negatividad, de rechazo al gobierno anterior. Ese repertorio se termina agotando, no han sido exitosos en el último tiempo en términos de mostrar, por ejemplo, en qué sentido el acuerdo con el FMI es una consecuencia inmediata del gobierno anterior. Identifico cierta desorientación en los modos en que el gobierno venía interpelando a sus destinatarios predilectos y eso también repercute en una desorientación en sus bases más estables. Percibo una sensación de desánimo ante un gobierno al que un sector muy importante de la población le ha brindado su apoyo y que siente mucha frustración. Ojo que eso también es reversible.
Una Respuesta a :
Transición y reversibilidad en la democracia argentina